Dedicado a Andrea, a quien no sé si volveré a ver alguna vez...
Mujer
de claridad austera, cálida mirada, dulce sonrisa.
Como la
palabra eterna de esta, mi ciudad de esbozos
y que
endulza le esperanza de mi vil impaciencia
por
cuanto me es posible, fuego y encono.
Ávida,
pasional, tristeza y risa mezcladas en la piel y matiza
las
cumbres de aquellos recuerdos en mi mente, como cerrojos
de lo
impío antes de ser purificado, se tú, sacerdotisa
el
embate de cuanto de mi alma brota con renaciente enojo.
Cruel
otoño que por mi razón embarga, cruel natura
de mis
años que si bien permanecen, ya no son mozos
y al
calor de la vida que de mi impacientemente brota,
niegan
su raíz por celebrar a mi voluntad tu arrojo.
Calles pétreas,
edificios que por pie permanecen en ira
y por
soledad cuentan la historia en relatos, en despojos.
Mejido,
ciudad primaria en historia de efervescencia bélica;
México,
urbe de incandescente pasado de crueles guerreros.
Mujer
de claridad austera, mirada en la cuál tu ausencia
duele
un poco cada día, establece en mi esencia tu rostro
para
girar hacia el destino, servil, anciano... loco.
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