Me parece una ironía que, mientras me encuentro detenido por el intenso tráfico de esta noche, más la lluvia que no cesa, pueda disfrutar de ella de esta forma. Aquí, en pleno segundo piso del Circuito Interior, teniendo a mis costados segundos o terceros pisos de edificios de departamentos que, como arboles dan al entorno una distinta perspectiva; un frondoso bosque multicolor de concreto, en un balcón de tantos, de un edificio en forma de cuchilla. Allí, a lo lejos, esta ella, sin reparar en mi presencia. Trae puesto un pantalón holgado de color bermellón, que en puntos estratégicos se pega a su cuerpo, mostrando su figura. Su blusa blanca me permite observar, desde donde me encuentro, las perfectas formas de sus pequeños pechos, que dan pie a su largo y delgado cuello. Su cabello corto, negro, rematado con una diadema, permite ver los rasgos finos de su juventud. Parece ensayar una rutina de danza y se encuentra tan ensimismada en la hechura de su coreografía que me permite, de forma involuntaria, ser participe de los movimientos que comienza a ejecutar de forma grácil. Justo en ese momento en el reproductor de música del coche comienza a sonar “Like Fountains” de The Gathering y la melodía, lentamente, va hacia ella junto con mi espíritu. Ella la recibe y lentamente va adaptándose al flujo de la música, a cada paso y cada vuelta. Quedo, entonces, embelesado por cada acorde, por cada giro que ella hace aquí, en este espectáculo tan íntimo, donde ya hemos quedado de acuerdo mutuo, un trato silencioso e inexistente más que en mi cabeza. Esta musa de etérea efigie, de mirada perdida en los pensamientos de su siguiente movimiento.
¿Cómo fuimos a quedar en esta circunstancia? ¿Que imperfecto destino me ha unido a ella por unos breves instantes? No lo sé. Solo entiendo que, por ese rato en que la lluvia siga cayendo y el tráfico no me permita avanzar más allá, ella será mía.
Entonces la puerta del departamento de la chica se abre y aún detenido en pleno trafico y consciente de que todavía falta mucho, pues la vista aérea determina que nada ha avanzado en un buen rato, veo quien ha entrado y caigo en una profunda sorpresa. Soy yo. he viajado hasta allí. Ella me observa, detiene su paso perfecto y corre a mi encuentro, como las bailarinas de ballet cuando entran a escena. Me abraza. Es mía y yo suyo. Me susurra que me ha extrañado. Que ahora su mundo vuelve a esta completo, y respondo que el mío también lo esta en ese momento, con ella tan cerca de mi. Y vuelve a comenzar de nuevo su coreografía, sin dejar de abrazarme, recargada en mi pecho. Eleva un poco los pies para estar los más alta posible, cerca de mi rostro. Pero aún así, de puntas, ágil y delicada, me demuestra el poder sobre mi. De contenerme. De dominarme en cada respiración, sin abrir esos ojos que me llevan tan lejos de los problemas como mi alma pueda sugerir. Y me dejo llevar en un repentino enamoramiento de una desconocida, en una pieza musical que desconozco, pero atraído por la promesa inerte y silenciosa del amor que jamás será. recorro las calles de mi viejo Nezahualcoyotl, donde corría de niño al lado de Carmen, quien seguramente será tan hermosa como esta desconocida que ha robado mi corazón. cada gota de lluvia me lleva a una memoria. Rememoro aquellas escapadas de la escuela, cuando me subía al árbol junto a su casa, solo a verla, mientras ensayaba una y otra vez aquellos bailes que tanto le gustaban. Y me doy cuenta de que esto es lo mismo. Vuelvo a encontrarme encaramado en un lugar alto, viendo esta vez a una chica que no conozco, bailar algo que le gusta pero en lo que no me encuentro al tanto. Un recuerdo sempiterno de melancolía y silencio. Como un primer beso, mientras floto aquí. como líneas que forman en un plano oscuro siluetas y formas intrínsecas de una historia que nunca termino de ser. Ahora. A su lado, tomándola por el talle y pidiendo que nunca deje de ser así el mundo, ya muerto al lado nuestro, porque solo importa este instante en el que me he dejado, finalmente llevar como nunca antes. Así permanecemos por unos minutos. Dando vueltas.
Entonces me besa. Sus labios unidos a los míos, dándome una promesa del cielo que pudiera hallar en sus brazos. no logró comprender tal estupor, y mientras una lagrima rueda por el lado izquierdo de mi cara, le doy las gracias por regalarme tan excelso momento. Ella sonríe y se pega más a mi cuerpo, dejando escapar un breve suspiro de satisfacción, deseando nunca dejar de vivir este sueño. Enamorados de un tiempo que no nos pertenece. Amando un recuerdo que no es por espacio. Ni por tiempo, sino por destino. Porque no la volveré a ver jamás. Y entonces mi otro yo, el hombre que esta abrazándola, voltea a verme, guiñendome un ojo, mientras se reanuda la lenta marcha del vaivén que me llevara finalmente a mi destino…
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