No puedo evitar viajar de nuevo, entre las pocas memorias que me restan, a mi querida Colonia Metropolitana, en Nezahualcoyotl. Paso frente del mercado Nezahualcoyotl -espero pronto entrar en él y observar cuanto ha cambiado- mientras tomo rumbo hacia la calle Escalerillas.
Me sorprende ver la farmacia en la esquina. Allí jugaba “maquinitas” cuando era más joven. Allí mi madre, un día que iba al mercado, se dio cuenta de que no fui a la escuela en un buen rato -porque me hallo jugando horas después de que supuestamente me hubiera ido a la escuela-.Llego a la calle Polanco, que mas bien fue un misterio en todos los años que estuve viviendo en esa colonia. Las mías eran Villa Obregon, la primer calle donde viví, allí, donde el deseo corrió con demasiada intensidad en mis años adolescente. Deseo, si, lujuria, llámenle como quieran. Tizapan, la siguiente calle, tampoco tendría mucho significado en mi vida. Pero casi llegando a la siguiente esquina, caigo en cuenta de todo lo que ha cambiado el lugar.
La tienda de la esquina sigue allí, retadora, como cuando la deje. A la vuelta vivía Sonia, una buena amiga que conocí bajo circunstancias peculiares, chica de barrio, carácter fuerte, pero buena, noble. Enfrente de su casa vivía un chico llamado Alfredo que era vendedor de revistas. Al lado, unas morritas muy bonitas, de hecho, en esa época quise con una pero no se me hizo, demasiado control sobre todas por el novio de la mas grande, nunca comprendí del todo bien.
Uno de los cambios más dramáticos que viene a mi es la casa de enfrente de la tienda, sobre Escalerillas. Allí vivieron las hermanas Chacon. Valle del Lobo y Estela. Dios sabe cuanto las ame, como amigo y como novio de una de ellas. Sus hermanos, su familia. Los conocí muy bien y ellos a mi. Algún día ahondare un poco más, quizá otro relato que alimente estos recuerdos tan amados.
Entonces volteo y allí esta. La calle Iztacalco, hogar de una buena parte de mis memorias más queridas y la que representa muchos dolores de cabeza por tanto perdido. La otra casa Chacon casi no ha cambiado. En mis sueños quisiera tocar la puerta y volver a platicar con ellos, ver de nuevo a Alejandra. Charlar. Sus hermanos. Ya será en otro tiempo. Camino un poco, la ligereza de mis pasos se debe a la ansiedad y a la alegría de estar aquí aunque sea en visiones oníricas tan potentes. Camino hasta que la tengo enfrente. La casa con el número 108. El lugar donde pase tantos buenos ratos. Y quisiera que estuviera deshabitada. Poder rentarla de nuevo. No me importaría vivir de nuevo aunque haga más de tres horas al trabajo, los vale ese lugar, donde mi corazón dio vuelcos importantes tantas veces y donde una buena parte de la historia que me forjo como persona, dentro del lado amable, del lado bondadoso, se escribió con tanta gloria…
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