José tiene un corazón de reloj: marca las horas
y los segundos en que tiene que venir su vida.
Nada es al azar: todo cumple una única regla,
pues es lo que le da cuerda a su peculiar estadía.
Tiene una bella esposa que, por el contrario, desata las vías
del caos y el desorden: la mitad de sus días.
Él la ama como es y compensa sus pesares
con el incipiente y trémulo fervor de sus tiempos dispares.
El pequeño Carlos, hijo de ambos, es un ying-yang:
eterno como la sombría mañana de la locura;
fugaz como las tenaces fauces del demente con disfraz,
luz de la vida del par de entes disímiles vidas.
Así es esta familia: extremis en cada dualidad,
en individualidad como forma de guerra parida;
paz encontrada en los frágiles tentáculos de la perfidia,
volátil finalidad de los hombres de la tierra viva…
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