Sofía leía atentamente el párrafo que le tocaba en turno. Era algo acerca de la muerte de los Templarios en Francia, pero francamente eso le tenía sin cuidado. Toda su concentración estaba puesta en ello para no caer en sus instintos más primitivos enfrente de todo el salón de clases.
Y es que estaba completamente excitada. Caliente como nunca antes. De alguna forma había comenzado a excitarse hacía ya un buen rato, imaginándose a sus compañeros besándola. Tocándola. Y todo por la lectura de aquel libro que la hizo imaginarse un mundo diferente. Con una niña entregándose al amor con sus amigos de barriada, todo para una noble causa. ¿Y que causa perseguía ahora ella al recrear de distinta manera aquella escena pero con diferentes compañeros? Sólo satisfacer un instinto bajo, egoísta, pero que no podía controlar. Y bajo el pupitre había comenzado a tocarse. A acariciarse ella misma. El rubor acudió rápidamente a sus mejillas, mientras vigilaba atentamente que nadie se diera cuenta, pues la vergüenza sería tal que incluso tendría que dejar la escuela.
Después de unos segundos el masaje por encima de su pequeña braga; el imaginarse que era Armando el que le había levantado un poco aquella faldita que les permitían ponerse como uniforme y que en realidad solo servía para provocar a sus compañeros: aquellas falditas de sus compañeras que sabrá Dios cuantos sueños lujuriosos habrían despertado con tal intensidad despertaban en ella un deseo irrefrenable por deshacerse, en ese momento, de buena gana de ella. Y casi podía sentir la respiración de él traspasando la delgada tela de la pantaleta ya húmeda para ese momento. Su respiración se agitaba ya de forma acelerada. Tenía tanto miedo de soltar un gemido de placer intenso que eso la controlaba.
De pronto su mente se desbordo aún más y cerró los ojos por un momento. Rafael ya se acercaba a ella, tomándola del mentón mientras acercaba sus labios a los suyos. Armando no se notaba por debajo del pupitre y ya sus dedos comenzaban, juguetones, a quitar del medio aquella prenda que se interponía. Entonces fue cuando la voz de la profesora la sacó del sueño, pidiéndole que continuara la lectura en donde se había quedado su compañera. Sofía asintió y siguió detenidamente, mientras en su cabeza la escena contraria transcurría normal. Le costaba toda su concentración no dejar de leer y cerrar los ojos. Perderse. La Miss se daría cuenta… ¡Qué pena! Mejor aguantarse…
En ese momento acabó su párrafo. Se volvió a sentar y otro compañero retomo la lectura. Pero a ella dejó de importarle en que iban. Recordaba en una ocasión, cuando la falda que llevaba era un poco más corta de lo normal. Lucía unas espectaculares pantorrillas, pues siempre había visto sus piernas como lo más bello de ella, bien formadas y fuertes, blancas y por su edad, finas. No hubo chico que no la mirara con lujuria. Y ese pensamiento le enervo aún más, por lo que su mano traviesa volvió a hurgar dentro de su braguita. Comenzó un lento ir y venir de sus dedos. Sabía cómo darse placer, de ello no había duda. Y la imagen mental de sus labios vaginales siendo frotados le retumbaba en la cabeza. De repente cambió el ritmo. Ya respiraba de forma agitada. Sudaba un poco y cerraba los ojos cada que podía. Disfrutando. Gozando. Sentía su ropa interior ya completamente mojada pero no le importaba. Ahora era el peligro de ser descubierta lo que la calentaba más y más. Y los movimientos cada vez más audaces, hasta que…
— ¡Miss!— No aguantó más. —¿Puedo ir al baño?— Sin darse cuenta su treta daría resultado, pues toda excitada como estaba, se levantó con dificultad y el sudor más parecía denotar, en ese momento, que estuviera sintiéndose mal, que mostrarla caliente.
—Ve, rápido. Con cuidado— le espeto la profesora, que siguió absorta en lo suyo solo viendo de reojo a su alumna. Pensó en que iría a la enfermería…
Salió tan rápido como pudo. Necesitaba encontrar un lugar. Y lo hallo rápido. Hasta el fondo, pasando los baños, había un pequeño resquicio, una zona del edificio que estaba oculta, mostrando un pequeño rincón que daba absoluta privacidad si alguien quisiera hacer algo que fuera indebido. Y era perfecto porque estaba lo suficientemente lejos de la entrada del baño de mujeres, la más cercana al escondite, como para que alguien pudiera oírle gemir de placer. Además, faltaba mucho para que terminaran las clases, tiempo suficiente para acabar su labor e ir a la enfermería a pedir un antibiótico.
Y allí se entregó de lleno a su embestida. Metió la mano de nuevo bajo la braga y comenzó, esta vez de manera impetuosa, a mover sus dedos en forma circular, presionando su clítoris en rededor. Ya estaba lubricada. Lo sentía erecto…
Entonces se dio cuenta. No estaba sola. ¡Había cerrado los ojos del placer por demasiado tiempo, y perdida en ese vaivén lujurioso no oyó llegar a Julio. Solo se había percatado al sentirlo junto a ella. Pero estaba tan turbada, tan cachonda, tan caliente, que no le importó ni por un momento que él fuera. ¡Que importaba que él ni fuera su tipo, o que no le gustara para nada! Ahora ella lo necesitaba. Y era la oportunidad de él, de su vida. Tenía que llenarla…