Muero como cada día
en que la luz de la ondanada
ciega mis ojos en tu desventura
y suena en mis oídos un "quiza".
Y me sereno: ha llegado ya la luz
de una eterna velada, donde la palabra
se ríe de la cruel morada
en donde habita tu "ya sabrás"
Sin embargo el miedo no es por aquello
que en la prontitud de tu mirada muere,
sino por no poder satisfacer el tierno deseo
que en la exacta hora del nacer fenece...
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