La taza de café ahora se ve tan lejana. La alcanzo, y me doy cuenta de que otra vez, en este sillón, estoy pensando pendejadas. Pobre loco de mierda
Miro por encima de la mezquindad. Soy un solo ser ahorita, y así me pienso quedar, maldita sea. Observo a los soldados asesinar sin piedad a unos niños, y me pudro en mi llanto, seguro de jamás poder salvarlos. Me siento vil, miserable cuál gusano que destruye la vida para poder a su vez vivir. Apago lo que queda del cigarrillo, doy otro sorbo a mi taza a medio llenar, y me levanto a tararear la vieja canción de mis recuerdos. Una y otra vez, regurgito las vanas glorias de mis encuentros con el pasado, y desecho fehacientemente las buenas, quedándome con el rencor… con el amplio espectro de acontecimientos que me hicieron llorar. Les hago una seña obscena con los dedos, mientras escupo proliferaciones tan salvajes de maldiciones egipcias, sirias, africanas, como loas que buscan entendimiento al barón dueño de los cruces y los cementerios. Sigo fervorosamente los eventos en mi cabeza, incierto de su duración, pero seguro de sus verdades.
Sin darme cuenta me quemo con el cigarro. No me importa. Veo la herida lacerante, y doy otra estocada salvaje a la costra sanguinolenta de mis deseos. Salpico de injusticia mis actos buenos, y los transformo en medio de un festín de tripas y sesos, en maldad pura. Veo mi espejo, y mientras camino hacia él me doy cuenta de mi novedad de sentimientos. Ya no importa más. Ni siquiera ella podrá detenerme. Y cuando llego al frío aspecto de mi nuevo yo, la última lágrima de absurdo entendimiento escapa de mi cuerpo para no volver...