El fresco viento de la noche agitaba mis sentidos, cuál si presintiera mis deseos más oscuros y se dispusiera a engullirme lentamente. Poco a poco me iba acercando a aquella feria que removía mis recuerdos y me obligaba a recordar escenas ya roídas en mi cabeza. La putrefacción de mis latidos aparecía para recordarme que, a pesar de todo, seguía siendo humano. ¡Malditos sentimientos! No me dejaban en paz. Solo quería olvidarla. Pero no podía. El embriagante aroma de su sexo me excitaba a cada paso, y la imaginaba, con sus raros cigarrillos entumiéndome el alma….
Era como si me perdiera de nuevo en esos diez minutos tan intensos. Diez minutos… ¡caray! Sólo viéndola a los ojos. Un mundo nuevo aparecía ante mí. Una selva frondosa de sensaciones como cuchillos puntiagudos, afilándose en mi piel viva. Cientos de enigmáticas flores que yo jamás había visto, todas con pétalos adornados con su nombre. Intrínsecas mariposas volando a mi alrededor, confundiéndose con el entorno, revoloteando alegres, como burlándose de mi podredumbre mental. Caminaba por ese sendero descubierto embobado con aquella visión, hasta llegar, después de un caminar ligero, al centro de aquella estructura psicológica. Entonces veía ante mí el verdadero tesoro de su alma: su terrible soledad. Encadenada como si esperara al buitre que saciaría su hambre insaciable, para luego dar una vuelta en lo que cada órgano ficticio volvía a renacer, como si ese festín fuera todo en aquella enorme cavidad de su mirada. Pero no era soledad como la mía. No, esta era distinta. La disfrutaba a cada momento. Extasiado como estaba, era presa fácil de aquella orgía en mi mente. Entonces supe que era momento de salir de ahí, o me vería esclavizado para siempre en ese mortuorio y amoroso espectáculo…
Desperté de nuevo frente a la muchedumbre. Los niños con sonrisas que no compartían conmigo. Los caballitos, cuyas sonrisas bizarras contrastaban con la soledad de mi corazón. Decidido a escapar para siempre de mis cavilaciones, volvía sobre mis pasos, seguro de que jamás volvería a ver una feria mientras tuviera vida, caminando hacia la ramera infinita que me extendía los brazos, amorosa…
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