La última vez que lo vi estaba allí, sentado, como si el mal
tiempo no le afectara… como si la enorme borrasca que se acercaba no fuera
capaz de romper su indomable voluntad. Él, que había resistido demasiadas cosas
en la vida, se derrumbaba por la única derrota que no valía la pena pelear,
simplemente porque no había forma de ganarle a la muerte. Tal vez si hubiera
caminado unos pasos más para bordear la banca de piedra blanca rectangular
hubiera visto a sus pies a su hijo muerto. Pero presintiendo precisamente ello,
no quise, solo me quede allí, con un nudo en el corazón. Se veía tan tranquilo,
tan sereno. Quizá el mar nos inspira esas sensaciones en esos momentos de
profunda desesperación. Nunca he estado dentro de un dolor tan profundo como
para saberlo, pero me pareció que la eternidad del horizonte fundiéndose con el
mar me tranquilizaba y quería pensar que al viejo también… Casi toque su
hombro, pero me pareció que era el momento ideal para que se perdiera por un
rato allí, en sus meditaciones… después, sólo después, tendría que volver a la
realidad… y yo me quedaría allí, a su lado, para evitar que tuviera distracción
alguna… después de todo, se lo merecía por una vez en la vida… una paz absoluta…
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