"Los amores cobardes no llegan ni a amores ni a historias,
se quedan allí…"
Oleo de una mujer con sombrero, Silvio Rodriguez.
Me encantan los edificios viejos. Los abandonados. Evocan recuerdos en mi que creía extintos desde mi niñez. No sé porque razón aparecen cuando menos los espero o a veces en el transcurso de acontecimientos que cambian, de una u otra forma, mi vida. Así que cuando observo alguna estructura cayendose a pedazos o simplemente envejeciendo, mi memoria rejuvenece un poco. Y la sensación, tan placentera como se pueda describir, estimula mis sentidos y me da algo de paz.
Me encanta la lluvia aun cuando mojarme ya no pueda ser una opción. Amo a la mujer. Altiva. Inteligente como la vida misma, que me lleva por los caminos del amar para solo atorarme y dejarme en ellas. Es por ello que, tal vez, el origen de mi errático comportamiento con ellas este originado en un lugar que mi mente acaba de recordar…
Aunque sólo son fragmentos de una época en que, todavía niño, me veía obligado a acompañar a mis padres a todos lo eventos a los que asistieran, fueran fiestas, conciertos, ferias, etc, recuerdo un viaje largo. Me imagino que salimos a la periferia de la ciudad. Solo vienen a mí algunos instantes de caminos oscuros y un viaje largo.
Solo recuerdo sus ojos. Y las sensaciones que esa mirada despertó en mi. A esa edad. Me descubro precoz al imaginarme situaciones que viviría ya de adulto. Con ella. Que solo es una niña. Como yo. Los juegos infantiles solo consiguen exacerbar mi tierno deseo. No de nada malo. Solo de besos. Me imagino besándola. Acariciando su cabello largo y lacio, negro. Tan negro. Sombra fugaz de lo que sería, tiempo después, la fuente del escarnio de mis pensamientos. y la forma de mirar al mundo me acompañara a partir de ese momento. De regreso no recuerdo nada más que esos ojos. De ella viendome en un breve pero poderoso instante. Entonces es cuando lo observo, cercano a mi casa. Regresaría allí en un par de ocasiones antes de saberme hechizado por la magnitud de aquel imponente edificio abandonado, que probablemente hubiera ignorado antes de ese día porque ahora siento que desde adentro de su silencio, de su mortífera estancia, de su decadente espacio, me llama con esos ojos que me han hipnotizado. Incluso ahora me siento desnudo, desde que redescubri esa parte del lienzo, de ese tapiz escondido que es mi propia historia, si no intento desmadejar paso a paso el recuerdo de esos ojos observándome con la incipiente maldad de quien se sabe deseada y provoca el despertar, lento, incólume, de esos fuegos etéreos que desviven en mi una otra vez. en cada edificio viejo, derruido, su espíritu intentará poseerme cada día que me encuentre con una vieja casona. O una ciudad fantasma se convertíra en mi terror absoluto, lleno de ojos. De murmuros. De silencios incomodos, esos silencios a los que no puedo enfrentarme sin soltar una lágrima. Me veo enfermo. Enfermo de una pasión prohibida, locuaz, incesante, tiránica. Y a partir de esa historia puedo, por fin comenzar a hilvanar los senderos que me llevarían, tiempo después, ya en los albores de mi pubertad, a enamorarme, quizá, por primera vez de manera completa, de Nora.
No puedo hablar por todos los demás que comparten ese sentimiento impotente. Frío. Sólo marco mi propia entrada y susurro al oído de quienes me acompañen en esta lectura una historia que yo mismo consideraba olvidada. Con el transcurrir de los años y la entrada a mi más tierna etapa como adulto me he sentido enfermo, cuando lo mío es más un amor intenso que no logra salir porque no ha encontrado ese fin primario. Esa meta que lo alejaría para siempre de las evocaciones ridículas. y mi semblante se marca por una desesperación de querer una normalidad que, en mi caso, jamás se dará. Porque ciertamente soy único y mi legado va por otro lado, contento, bien abrigado y en su más completa niñez porque, faltando tanto para que el otoño llegue a mi puerta, intensifica en caracteres, en palabras, la bienaventurada delicia que son las letras.
¿Mis amores, por ello, son cobardes? Nunca crecen. Se alimentan de una falsa efigie, Dioses adorados pero sin vida. y sin embargo, ¡Como han generado, por ellos mismos, tantas y tantas historias! Son, fueron y serán lo que un día hable mejor de mí. De mi corazón imaginario y mi alma faltista…
Me he perdido ya. No lograre salir jamás de ese inmenso agujero, frío y solo que es mi alma. Porque a pesar de haber sido en mi buena época acompañante, amante, amigo, siempre estaré destinado a permanecer solitario. recordando aquella mirada que, origen de mi nueva vida, se evoca en cada filo del tiempo a deshacer los hilos templados y ligeros del viento…
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