Entonces sus brazos intentan torpemente soltar, sin éxito, su brasier. Ella suelta una pequeña risa y saliendo un poco de su letargo desabrocha fácilmente lo que a él lo costó tanto sin lograr resultado alguno, viéndolo todo el tiempo como diciendo “tontito, déjame a mi”. El cede y se ruboriza, apenado. Un beso le indica que debe seguir adelante, que eso no lo debe detener. Entonces reanuda con suave ritmo, tomando y acariciando sus senos. Ella, cerrados los ojos, solo puede sentir cada sensación. Cada roce, cada beso de él, directo a su piel, le produce una sensación inenarrable de gozo. Jamás alguien la había tocado así. Lo amaba, era cierto, pero ahora el placer puro, una pasión que se antojaba insana, gobernaba su mente, induciendo a pensar cosas que seguramente en su sano juicio no pensaría siquiera. Esto solo era una calentura extraordinaria. Y no le importaba en lo más mínimo. La sensación de peligro, de que en cualquier momento alguien pudiera verlos, tal vez llamar a una patrulla, el había excitado como nunca antes. Y ella estaba dispuesta a abandonarse, aun cuando fuera una sola vez, a toda esa aventura que se estaba sucediendo de manera deliciosa.
Pero el espasmo violento que la movió de esa forma, cuando el llego a su sexo y con su lengua comenzó a recorrer cada centímetro, la sacudió. Eso no lo conocía. ¡Que terrible gozo! ¡Que placer sentía ahora! ya sus manos tomaban su cabello, jalando lo más que podía hacia ella. Lo quería adentro. Quería sentirlo, pero no podía desembarazarse de tales impresiones. El efecto de su lengua en su clítoris le producía cosas, su mente estaba completamente en blanco, como si estuviera preparado para recibir todo lo que él pudiera causarle.
Y él lo sabía. Podía leerle tan bien la cabeza, que el siguiente paso la dejó en un éxtasis absoluto: Sin poder resistir más y saltándose quizá el placer de alguna felación que ella en premio pudiera haberle ofrecido, simplemente se levantó, la agarro con firmeza del talle y la parte alta de la espalda y la jalo hacia si, juntando sus sexos y sin darle tiempo a responder y con el placer sin salir de su cabeza en forma de un potente orgasmo, nacido del cambio tan brusco, la penetró, provocando que ella cerrara de nuevo sus ojos mientras lo abrazaba. La banca simplemente era perfecta: tenia la altura perfecta para que el, de rodillas todavía, pudiera acomodar su sexo dentro de ella, arremetiendo de forma agresiva, pero tomando con el paso de los segundos un vaivén más bien lento, rítmico. Ya solo los gemidos de ambos, el sudor entrelazado, un solo cuerpo retorcido en la más pura forma del gozo carnal, se formaban en una espiral interminable de delicioso placer: avatar incontenible de los más locos deseos que chocaban irreversiblemente, maniatados por un tiempo y lugar fuera de si: este era en este momento su amor. No lo hacían: ya estaba allí y solo lo moldeaban al compás del movimiento de sus caderas.
¿Cuanto habrá durado la danza? Solo ellos lo sabrían al final. El orgasmo final, compartido, los hizo hacer sus cabezas hacia atrás, simultáneamente, mientras intentaban deshilachar cada sensación y disfrutarla más intensamente. Ella se recargaba pesadamente sobre la banca, mientras el jadeaba intensamente; cada gramo de fuerza lo abandonaba ahora, mientras su voluntad se relajaba un momento. Quería decirle tantas cosas. Pero no podía. Todo lo que la amara acababa de ser demostrado en ese, un acto puramente carnal, pero que evocaba una analogía con lo que su corazón y el de ella sentían de forma mutua.
Se levanto poco a poco. Se encontraba muy agotado, pero todo había valido la pena. Jamás había comunicado con nadie de esa forma, con solo acciones. Con el cuerpo. Con un ansia, un deseo que arrebataba las ganas de luchar. Solo le quedaba por hacer algo. Ese instante se iría con el por siempre…
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