Las gotas de lluvia comienzan a caer, poco a poco, como previniendo el futuro que se avecina sobre nosotros. No sé si eso sea bueno o malo, en realidad el vacío que siento... no puede ser diluido de ninguna forma que conozca. Por lo menos a como lo veo yo. Y sin embargo me parece una sensación tan familiar. Me recuerda aquellos días de trabajo en el Lago, con esas mismas gotas cayendo a cántaros -momentos en los que regularmente nadie remaba- como queriendo lavar todos esos pecados... como queriendo borrar todo aquello que había sido hecho, que había sido cometido. No lo sé. Y esta sensación me embriaga... me produce un bienestar inaudito, sin poder dilucidar nunca porque razón. Siempre he supuesto, que se trata de un poco de tristeza complementada con una melancolía que nunca quiere dejarme solo.
A veces su recuerdo llega impertinente, agresivo. Sus ojos color miel. Su rostro blanco. Su mirada retadora a todo evento. Su sonrisa cínica. A veces esos recuerdos los entremezclo con algunos otros, sin lograr otra cosa, más que acallar brevemente, en mi cabeza, las voces que construyen ese Palacio de la Memoria al que, poco a poco, tengo de nuevo acceso. Siempre dejo de visitarlo por periodos de tiempo largos. Supongo que el escribir de nuevo también es un eco de lo que se viene... De estos tiempos que no terminan de ser oscuros...
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