CAPITULO UNO: EL ARRASAR DEL TRUENO
Ya era de noche
y caminaba solo, sin más rumbo fijo que el que le permitían los pies a
Francisco, cuando, pensando en los sentimientos que le aquejaban terriblemente
—como si una profunda aguja perforara su corazón despiadadamente, que de
ninguna otra forma hubiera muerto tan desolado—, que no observo la luz que
surgía aproximadamente a diez metros de él. El cruce de la calle había sido el
lugar propicio para el nacimiento de aquella vorágine luminosa, cuyo tamaño se acrecentó
en unos cuantos segundos, de modo que en algún momento no pudo ver
absolutamente nada a sus alrededor, pues había volteado hacia la luz pensando
en algún carro que fuera a atropellarle, y buscando inmediatamente salida o
escape alguno a la situación fue sorprendido por la mancha de luz.
Sin salir de su
asombro inicial, se levanto más allá del suelo, controlado por una mano cuya
fuerza parecía ser lo suficientemente terrible como para levantar aquella masa
regordeta y pesada con extrema facilidad, haciéndole ver al joven que no
tendría oportunidad alguna con asaltantes de ese calibre. Hacía apenas un año
había sobrevivido a las heridas producto de un asalto, cuya cordura pusieron en
duda, y cuya psique traumaron durante mucho tiempo. – ¡Oh, Dios!, ahora si me
van a matar- y pensaba mientras se mantenía suspendido en el aire, y se
preguntaba en cierta manera, si es que el o ellos contaban con esa fuerza, ¿para
qué el cegarlo primero? ¿Serían acaso sus enemigos, buscando no ser
identificados, con el fin de provocarle el mayor daño posible? Ya antes había
sucedido algo así, y aún cuando solo fue un ligero golpe, que un tipo celoso le
había colocado de pronto, y sin fundamento real alguno, le dio a bien pensar en
que la magnitud de sus aseveraciones tarde que temprano le llevaría a una
situación como la que estaba viviendo.
Conforme la luz
se apagaba, las sospechas de varios sujetos se hicieron realidad, por lo que
juntó fuerzas de flaqueza, esperando en algún momento aturdir a su captor, y
poder así escapar, o atrasar la golpiza, para que si alguien los observaba
pudieran ayudarlo. Más sin embargo, conforme la extraña luz se desvanecía, daba
forma a una especie de puerta. Al lado de ella, los sujetos que le miraban,
pero de los que sólo veía sombras debido a lo aturdecedor de la luz, la
flanqueaban y aquél hombretón que le había levantado se colocaba en un lugar
propio, haciendo ver con ello que, quizá, le estaban diciendo con sus actos que
entrara allí.
Así que entro.
Más movido por el miedo que por una curiosidad real. ¿Qué le esperaba allá? ¿Lo
matarían? —De cualquier forma estoy muerto si me quedo aquí con ellos— pensaba
mientras caminaba, aturdido todavía. Hacia calor. Esos focos debían de ser
intensos pero para la cantidad que seguramente estaban usando pensó que
sentiría un infierno y aunque era muy cálido el asunto, no era ni para sentir algún
tipo de dolor o alguna quemadura de cuidado: más bien era una calidez
agradable.
No supo cuánto
caminó. Entre hacerlo de forma pausada para no tropezarse con algo y la alerta
de que en cualquier momento algún golpe, algún disparo, algo que pudiera
dañarlo, le hacían estar lo más atento de su espacio personal. Por lo menos
intentar defenderse una última vez. Él, un vendedor de drogas menor, estaba
asustado. Pensaba que estaba allí, en ese lugar, ante esa luz cegadora, para
morir. Pero en cuanto las luces comenzaron a hacerse más débiles y pudo hacerse
de una débil idea de en qué terreno estaba pisando, comprendió que ya estaba
dentro de algún edificio o nave industrial, a juzgar por el tamaño. Había personas
allí con él, rodeándole. ¿Sus ejecutores? ¿Captores? ¿Por qué se estaban
tomando tantas molestias por alguien que no había hecho nada sobresaliente en
toda su vida? ¿Qué había hecho mal? Entonces lo vio. Allí, más al fondo,
sentado en una especie de sillón. Parecía más un trono por la disposición y los
hombres allí aglomerados en torno suyo. Un sencillo anciano con un traje. Viéndolo
fijamente. Francisco bajo la mirada, solo para estremecerse con la primera voz
que escuchaba en un largo rato. Si… el anciano le estaba hablando a él…
(Continuará)...
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