viernes, 10 de enero de 2014

Días sin Asueto (III)...


De pronto las luces se apagaron. Como el dolor que se fue al instante… no tenía idea de que había acontecido, pero solo importaba en ese momento el ya no tener dolor alguno.
Entonces se dio cuenta de que algo andaba muy mal: todos aquellos hombretones que participaran del rito habían cambiado: sus rostros eran muy diferentes, como si algún tipo de pecado los mancillara y deformara sus rostros hasta volverlos monstruosos. Y al mirar sus manos por un acto reflejo, el terror invadió su alma, aún cuando su rostro se mostraba inexpresivo: el mismo había sufrido la transformación diabólica que podía reafirmar en sus compañeros casuales: ahora eran monstruos, pero… ¿con que propósito? ¿de que le servirían a aquel hombre esas formas malévolas si todavía conservaban sus almas?
—Ahora son completamente míos— la sonrisa que aquel hombre le provocaba ahora el mayor terror. En lo que había cerrado Francisco los ojos, presa de un dolor incontrolable aquel anciano había rejuvenecido demasiado. Ahora era un joven. Y era demasiado obvio, pues las facciones eran las mismas, solo que sin la huella de los años.
—Sé que están pensando. Y no se preocupen.— Su voz rejuvenecida resonaba ahora por toda la habitación con la potencia de la ganada edad — Ya tendrán pocos días para reflexionar sobre esta nueva oportunidad que el destino les da. Ahora serán llevados a sus habitaciones. La mayoría de ustedes ya sabía a que se enfrentaban cuando tomaron esta decisión. Otros no fueron tan afortunados o se resistieron— En ese instante con una mueca de burla giro su rostro hacia mi y unos intensos ojos grises se toparon conmigo, más no hubo algún signo de asco o desprecio hacia la nueva efigie de Francisco. Al contrario, parecía que la nueva forma le agradaba —Pero en unos días sus mentes se reabsorberán dentro de sí como un efecto secundario de la transformación. Olvidarán lo que fueron y surgirán sus nuevas personalidades, los avatares que necesitamos para la guerra que se avecina. Ustedes, hijos míos, ¡Serán los generales que nos darán la victoria!
Para el momento del termino de su discurso triunfal, a Francisco ya lo tenían tomado de los brazos dos hombres que seguramente se encontraban en las sombras, listos para obedecer a su amo. Al ya no tener, por el momento, la capacidad de hablar, no pudo hacer nada y oyó todo ya sin posibilidad alguna de escape. Algunos de los ahora monstruos fueron caminando por libre voluntad, algunos fueron llevados como apoyo solamente mientras que al ahora prisionero Francisco lo llevaban a la fuerza. Todavía no lograba comprender por que a él le sucedía esto. Esperaba que alguien se tomara después su tiempo para explicarle. Después de todo, parecía que tiempo era lo que ahora existía de sobra en él.
Su mente estaba lúcida. La pesadez de su nuevo rostro le impedía moverse adecuadamente. Ya instalado en un cuarto que no estaba del todo mal, tomando en cuenta que en su caso él era un prisionero, quiso llorar, pero le parecía que había perdido esa habilidad. Después de un rato de intentarlo infructuosamente dedico sus esfuerzos a meditar. Tenía que existir alguna forma de  darle una explicación a todos los eventos que se sucedieron estrepitosamente. O dilucidar los planes que probablemente se forjaron sin que el se diera cuenta…

No hay comentarios:

Publicar un comentario