viernes, 29 de abril de 2016

Limbo...

–¡¡¡LASCIATE OGNE SPERANZA, VOI CH’ INTRATE!!!

Habiendo dicho estas palabras, comenzó a elevarse de forma lenta
y circular la mitad oscura del monstruoso joven;
mientras el lejano paisaje del Palacio de la Memoria retumbaba;
grandes zonas de campo verde marchitaban
y se hundían, formando estratos profundos, barrancos llenos
de la podredumbre de lo que en aquella alma habitaba.
Vastos valles, en formas circulares, alrededor de Rafaela
y aquel niño encadenado, con formas grotescas, se formaban…

–Es de la adoración de aquel maestro mío, que la fenecida forma
de lo tenebroso, en tus terrenos, se agolpaba
bajo la siniestra forma de un cúmulo de sinsabores, de derrotas acumuladas;
tal es tu destino, ángel de la desesperanza,
maldita mujer que has guiado mi consciencia
por las tomas de dolor más desconsideradas…

El antes temible ángel Rafaela, impotente antes tan espectáculo,
de lo soberbia que era su vida en eterna alabanza,
quiso compensar la dura faena que la execrable mitad de su amo
le dictaba a su antes bello mundo, y lloraba
pues donde antes hubo la belleza de un alma que fuera digna
de ser amada solo se encontraban las huellas de su ira dada.

Tomó a aquella desvalida mitad y aleteó, rauda y temerosa,
de la ira del primer dios en aquella zona desolada.
Su débil mitad apenas respiraba. El mundo que tanto le costó
a la vida traer, ahora, pedazo a pedazo, en paz descansaba
y daba lugar a los eternos valles, por un demente creados,
solo por satisfacer las llagas del placer en su pútrida alma,
lúgubres montañas de la locura, senderos de inolvidable
arquitectura pagana donde él, plácidamente descansaba.

Dirigiéndose a aquel, su otro amo, la parte que a ella no le tocaba
cuidar en lo más mínimo, hablo enamorada
sin obtener resultados pues esa siniestra mitad, el hombre
que acababa de destruir un mundo, era la que del corazón fallaba
y se apresto a enfrentar verbalmente -pues la pequeña carga
que de la vida de ella dependía- al hombre que amaba
y del que nunca podría unir ambas piezas;
por aquel que siempre cargaría esa cruz en la espalda…

–Tú, que manifiestas adoración absoluta al vate florentino
que del amor hizo invaluables escritos y libró con ello la balanza;
destruyes, sin piedad, una tierra que no te corresponde,
en el que la razón, fiel a la causa del designio, habitaba
y formas, tu retorcida visión de algo que no es tuyo
y en la justificación de que lo sagrado no os dará el valor te amparas:
¡Escucha el designio de quien ama a ambos y nunca dejaría
que la voluntad del prístino fuego dador de luz alcanzara!

–Oh, calla ya, ramera indecente de aquello que en lo cruel invoca,
solo para verse por el delirio del destino, rechazada.
Escucha mi plegaria gemir de dolor antes de ser pronunciada:
Que los boscosos senderos de la sinrazón te evadan
antes que poder observar que en tu amor yo me vea,
como es tu deseo, atrapado en divina templanza.
Formen bajos los nueve, las duras motivaciones de mis desdichadas semblanzas,
para que el mundo que tu amas fallezca
y con el último respiro que de tu cuerpo yo saque,
fallezca la poca fuerza que a mi otrora débil mitad le quedaba.

–Pero ¡¿Cómo te atreves a semejante charada?!– gritaba dolida
en el más angustioso de los sufrimientos, la bienaventurada
y, mientras sigilosamente batía retirada de forma gradual,
antes de que aquel monstruo la torturara y su carga de ella quitara
–¡No puedes ir contra el designio divino! ¡Ni tu tienes ese poder
ni aquel que en mis brazos con tanto anhelo llevare a sana morada,
esperando el alto designio decida que hacer con el cruel acto
que en esta tierra santa has manchado con tu vil alma…

–Claro que lo tengo– Contestó, sin ventura, aquella alma desdichada
en la que la fortuna y el terror se entremezclan,
por cuanto amor, que quedo atrás de él, se hizo violencia
y que pudo dejar muchas cabezas enamoradas.
–Y la providencia tanto en este momento me reclama
por la elección de los pensamientos que se emplean,
partidaria es la historia de que aquello que me aqueja
permite mi dolor expandir su terrible gloria.
Tal es la morada del grande dolor que aquí me agobia
y permite que yo esté liberado, ¡Santa cruzada de la estoica
labor que vengo a acometer, como instrumento de un poder superior
que en mis manos llenara de sangre por lo que justifica y evoca.

–Atrás quedaron los tiempos– prosiguió –de la cruel tormenta
que desmadejada mi alma dejo en completa derrota,
pero que a su vez incendiada de rencor dejo la cruel llama,
que en aquella legendaria torre todavía algunos invocan.
Es así como el tenue latido de una extranjera en mis delirios,
provocó la ilusión de mi locura remota y me infligió hastío
que bastó para liberarme de aquellas cadenas opresoras…

Rafaela, aterrada ante la verdad que de aquel joven estallara,
dándose cuenta de que en el litigio de las mil memorias,
nada podía hacerse contra aquella imponente criatura
que del dolor, su prisión a morir, bajo su pie invoca…
trágica pesadilla de quien posee cinco lados distintos de locura
que, en grado nimio cada una, al unirse esa situación provocan.

se alisto pronta a sucederse en ruín demora…

martes, 26 de abril de 2016

Irrupción...

Moises observa, como siempre lo ha hecho; como es su labor desde hace muchos años, más de los que pudiera contar ahora.. No hay mucho que hacer en este llano inerte, carente de vida, más que cuidar de un pequeño que nunca esta de buen humor.
Desde que fue creado por la imaginación del pequeño que tiene a su cuidado, ha cumplido fehacientemente y ha librado de cuantiosos problemas al que gusta de llamarse Hyde pequeño. Aunque todos los problemas el mismo Hyde los ha creado, Moises -o Moi, como le gusta llamarlo- ha gozado de total libertad para hacerlo a su manera, por lo que ha desarrollado, según él, una autonomía dentro de la personalidad del niño, lo suficientemente fuerte, como para resistirse a sus ordenes. O el pequeño lo ha dejado creer eso. No lo sabe. Sabe que no vive por él mismo.
Moises conoce la historia de su amistad, en el reino de los vivos, con el niño siendo un adulto joven y llegando a una colonia que no conocía. Él fue el primero en hablarle. Y fue la primera y única vez que perteneció a algún grupo, a una pandilla de amigos. Al de Moi. Todos se conocían desde niños, menos él, que llegaba ya adulto. Moi se encargo de envolverlo y hacerlo importante. Y pasaron muchas aventuras juntos. Y sobre todo, Moises sabe que él, en su forma viva, fue la primer persona que le demostró que le importaba su amistad, que le buscaba, que le hizo sentir que era parte de algo importante. Fue quien le enseño el verdadero sentido de la amistad, que no conocía hasta ese momento. Sin embargo, sabe que esos recuerdos no son suyos: son del pequeño. Sabe de su último día como ser humano en el mundo verdadero de su joven amo. Conoce su final a manos de un trágico destino del que ambos jugaron parte. De su último día juntos. De su muerte anticipada por propia mano. Del dolor de su amigo. Y años después, cuando su corazón comenzó a morir un poco, fueron creados ambos mundos, gobernados por cada mitad del ahora fragmentado joven. En uno, el lado gentil, humano. En el lado que amaba, viviría la encarnación más poderosa del amor, cuidando a la mitad Jekyll: al lado tierno. Rafaela, el Ángel de su consciencia. Pero en el otro, un estéril páramo de dolor y odio, necesitaba existir un guardián. Y entonces Moises fue creado, y desde ese momento ha cuidado de este lugar.
Esta mañana el pequeño le ha platicado acerca de algunos documentales que ha visto, de la Segunda guerra Mundial. Y han debatido acerca de las razones del conflicto y aspectos secundarios de este.
Moises le plantea cara. Le rebate sus argumentos. Le critica. Le pone fundamentos contrarios a sus narrativas.
Hoy, sin embargo, observa y se da cuenta de que algo esta mal. El niño esta disperso. Distraído, de pronto, en otros asuntos. Moises sabe que cuando eso sucede, algo esta ocurriendo allá afuera, en un mundo que él no puede más que ver, si así se lo permiten.

–Moi– Le pregunta, por fin, saliendo de su letargo, el pequeño –¿Siempre cuidarás de mi, verdad, amigo?

–Siempre.

–Ha ocurrido otra vez– Dice el pequeño con semblante adusto, preocupado.

–¿A que… te refieres?– Moises entiende. Solo hace esa pregunta, de esa forma, cada que un evento grave, un evento particular, se comenzará a suceder –¿No estarás hablando de…?

–Ya comenzó, Moi. Tengo que salir de aquí…

–No– Moises aprieta la quijada y de un movimiento ágil, da un salto, alejándose unos cuentos metros del niño, que voltea a verlo, como si de mal humor estuviese –No puedo permitirte que lo hagas. Ya una vez estuviste a punto de destruirte….

–¿Yo? ¿Destruirme?– El rostro del niño se arruga por la ira, que comienza a apoderarse de su cuerpo. Su voz se distorsiona y adquiere un tono más grave –Si no fuera por ese blandengue, ya tendríamos todo lo que quisiéramos. No me ha dejado ser. Pero ahora… ahora hay una grieta… ¿No lo entiendes, viejo? ¿Podemos salir, por fin, de aquí?

–¡Tu decidiste que aquí tenías que estar!– Moises comenzó a desatar parte de sus habilidades de pelea. Su joven amo no entendería de razones y tendría que pelear en su contra… una vez más. Pero ahora podía sentirlo. El niño….

La piel del niño comenzó a agrietarse. A romperse, como si no pudiera soportar algo que estaba creciendo dentro de él. No era un espectáculo agradable, más bien era chocante y podía ser hasta asqueroso a la vista. Moises observaba desde la distancia, prudente: Suspiró profundo. Acababa de iniciarse una serie de eventos que, si no cuidaba atentamente  en cada movimiento, podían llevarle a una segunda muerte, esta vez, dentro de la mente del pequeño. El niño comenzaba a cambiar su forma, a crecer. Y así lo hizo hasta alcanzar el tamaño de un adulto. Entonces Moises comprendió. El niño dejaba el paso libre a su forma más desarrollada: la de un adulto de veintiún años de edad. La edad en que él lo conoció. Cuando comenzó todo.
Ahora estaba frente al hombre que no pudo soportar su perdida y lo creó…

Hubo un largo e incomodo silencio. El ahora joven Hyde se encontraba allí, solo parado, con el rostro bajo, como esperando despertar. Moises estaba en alerta. Todo su cuerpo tenso, listo para algo que él ya había enfrentado años atrás y de lo que sobrevivió a duras penas en esa época. ¿Que enfrentaba ahora?

El joven levanto el rostro. Sonrío de forma malévola, viendo fijamente a Moises.

–Hola Moi.

No hubo tiempo de reacción. Moviendo a una velocidad sorprendente, Moises ahora era sorprendido por un hombre de su edad, con una condición que si no buena, era muy robusta. Además, este era su mundo. Aquí el podía moverse a una velocidad majestuosa y podía mover montañas con sus manos. Pero Moises también, aunque su fuerza y velocidad dependían de aquel que ahora lo atacaba fisicamente. Recibió un golpe que lo mando varios metros lejos. Y mientras se levantaba, aturdido, con un dolor creado de la nada, veía a su contrincante maravillarse ante su transformación.

–¡Genial!, ¿no te parece? Me voy a ir de aquí, Moi. Y sabes que no puedes hacer nada, más que tu papel. El que yo te di. Mi amigo, mi creación. Mi guardián.

–Siempre hay una forma, querido– respondo Moises ya levantado y listo para otro golpe.

–Esta vez no. Ya estoy harto. Vendrás conmigo, amigo, lo desees o no. Yo decido aquí.

–No, no puedes. Tu creaste este mundo, tu corazón, para no salir de aquí– Moises buscaba algún signo de duda en el chico, algún atisbo que le diera oportunidad de apelar a que se quedara. Sabía las consecuencias que el simple acto acarrearía en la vida real del joven –Tu tienes que estar aquí, recuerda. Tu creaste todo esto… como una prisión.

–Pero ya no, querido– cerró los puños mientras su rostro volvía a ensombrecerse por la furia guardada –veme. Es tiempo de salir yo. Ya estoy harto. Aquel tarugo no ha hecho más que causarme problemas y ahora tengo la oportunidad de arreglarlo todo…

–¿A que precio? ¿Estas dispuesto a sacrificar su vida y la tuya por ende?– Más era inútil. Habría que pelear. Y no saldría bien librado esta vez.

–Basta. No hay nada de que hablar. Me iré y sabes que no puedes hacer nada al respecto…

–Claro que si…– Moises respiró profundamente. Sonrío como siempre, con ese cinismo que le caracterizaba. Se agacho un poco y se coloco en posición de corredor –puedo dar mi vida por ti– inmediatamente se abalanzo a toda su velocidad, tomando por sorpresa a su rival y lo embistió con tal fuerza, que una gran área del pantano donde se encontraban se alejo de ellos, debido a la onda expansiva del ataque. Ya no había marcha atrás…


Rafaela terminaba de ultimar unos detalles de la habitación 15 de Monica. Y lo sintió. Sintió la agonía de su hermano, allá, lejos donde el corazón de su amo habitaba. Con una gran aflicción levanto el vuelo y después de buscar un buen trecho encontró el cuerpo de su pequeño amor tirado, de nuevo encadenado. Y por más que intento quitarle las cadenas, se encontró con que ya no podía y eso solo podía significar algo. Entonces una voz se escucho tras de ella…


–Hola Ángela– Era el joven Hyde –He salido. Estoy aquí. Y destruiré todo esto…

sábado, 23 de abril de 2016

Renacimiento...

Se oscurecen los cuartos con poca luz en el Palacio de mi Memoria... En uno de ellos se oculta, lejos de las miradas, un viejo diario, uno escrito cuando él tenía unos diecisiete años, encadenado. Un álbum maldito, con comentarios de esa época, una amalgama de que aquello maldito en él, aquello que ahora, en su etapa adulta ya se encontraba más que desarrollado... aquello maldito, nacía dentro de esas páginas. Las lamparas formas excéntricas oscilan en un baile bizarro... todo en este lugar tiembla. Y Rafaela, que se encuentra horadando algunas zonas del Palacio, creando nuevos lugares para los recuerdos que se avecinan, siente el movimiento y se asusta... esto ya había pasado hace más de diez años, cuando la Gran oscuridad dominó por primera vez ese mundo... cuando la maldad fue libre por vez primera.Aquella ocasión el ángel de la contemplación fue encerrado en el Domo de la desolación, en la parte más externa de aquella gigantesca mansión y estuvo allí dos años, tiempo en el que adoleció... sufrió por el destino de su niño primario. se eleva entonando cánticos antiguos, creados por él de niño, para proteger con hechizos aquel lugar paradisiaco, pero se ve impotente ante la marejada que a lo lejos avanza inexorablemente. Entonces, suelta a llorar, sabe lo que viene, aunque sabe que ahora no estará sola... Dentro del otro mundo, el mundo gemelo, Moises sabe que se avecina y se siente también frustrado. La más reciente pelea solo fue el pináculo de un movimiento que tiene dos años gestándose, de allí que una viajera pudiera romper el hechizo y visitar aquellos lugares. Él tampoco podrá hacer nada, pero conoce la historia de Rafaela y su encierro, aunque aquella vez no pudo acompañarla por no estar él presente. Todavía no era creado, no existía más que como un recuerdo del Palacio de la Memoria. Ahora le haría compañía. Pero sería terrible... ¿Qué les aguardaba? Fuera de las murallas, por primera vez en más de cinco años, un corazón pétreo tirado en un rincón oscuro, se estremece por un latido, salido de lo profundo de sus capas...eso solo significa una cosa... que él ya viene...

jueves, 21 de abril de 2016

Vacilaciones de un corazón negado a sentir (Conclusión)...

Sandibel tomó al pequeño que llevaba consigo entre sus brazos. Las cadenas le pesaban mucho, pero no quería que él muriera allí. Si alguien lo lastimaría, sería ella, y eso, por ser tan terco, tan testarudo.
La parte gris de él comenzó a ignorarlos entonces y enfocó toda su atención en su propio ángel protector. Tomó aire y desde la distancia dio un terrible grito, como una onda que quería dañarla a toda costa…

–¡¡¡¡¡¡BASTAAAAAAAAAA!!!!!!

El grito aceleró el proceso de destrucción de la montaña. Sandibel corría todo lo que podía con el niño en brazos a través de aquel túnel que recorriera al entrar; era la única forma, con la ventaja de estar bien iluminado y permitirle avanzar rápido. Dentro de la cueva, la batalla era sin piedad. Moises no podía abatir el ataque de luz dirigido a él y Rafaela soportaba el grito de odio revelado por la mitad maligna de su pequeño amo.
Fue entonces cuando ella se dirigió a él con las únicas palabras que él entendía de ella…

–Sabes que no puede terminar así esto, querido– El pequeño noto en su voz la tristeza y el amor que ella le profesaba desde aquel instante en que, siendo adolescente, en el mundo real, entrara por primera vez a sus sueños y durmiera con él para demostrarle cuanto lo amaba y para decirle que siempre estaría allí para él, en la forma que él quisiera.

–¡Déjame en paz. Quiero salir de aquí. Destrúyelo a él!– grito el niño, señalando al cuerpo que iba con Sandibel a la distancia.

–Sabes que no puedo. Él es lo único que te mantiene cuerdo– la voz de Rafaela, un bálsamo de paz para quien pudiera escucharla, sonaba terrible en los oídos de este niño, violento, agresivo.

–¡Déjame en paz, por favor! ¿Por que no me dejas mostrarle al mundo lo que me hizo?

–Por que te amo. Y no quiero que te dañes tu solo… Solo quiero amarte.

Sandibel escucho eso y volteo enternecida. Ese ser angelical demostraba un amor desmedido por su creador. Y al voltear, por fin la vio radiante, hermosa. A través de tanta luz que emanaba, pudo verla físicamente. Parecía una joven de apenas unos veinticinco años, cabello largo, lacio, aunque por la luz no podía dilucidar el color de su cabello. Un verdadero ángel, llena de divinidad. Una dicotomía, celosa de su amo, amorosa con él, agreste con los demás. Y desde donde estaba parada, libre de daños, pudo observar el desenlace de aquella batalla…

Mientras Rafaela volteaba a charlar con su pequeño amor, Moises se vio liberado un instante de aquel haz de luz que lo aprisionaba y en un salto imposible, se dirigió, lleno de furia, hacia aquella criatura celestial. Al ver esto y sin pensarlo, Con otro salto imposible el pequeño niño del pantano, aquel al que le decían “lado Hyde”, se abalanzó en contra de su único amigo y antes de que este pudiera golpear a la desprevenida ángel, los dos chocaron. La onda de este choque termino por cimbrar el mundo donde estaban y destruyo por completo aquella montaña, de donde Sandibel y el otro niño habían salido ya. Cayeron al piso en un movimiento seco, carente de sonido, tal vez por lo lejano. Rafaela, volviendo de inmediato la atención a su hermano, voló al cráter donde ambos habían caído. Queriendo avanzar dentro del cráter para sacar a aquel pequeño que la salvara, se detuvo, como sabiendo lo que venía y esperando el resultado de los minutos.

Sandibel, que hasta ese momento observaba todo desde muy lejos, se vio sometida, de pronto, a una visión de unos cuantos metros de distancia del evento pasado…

–No temas– era la voz de ella, de Rafaela– Verás a través de mis ojos lo que pasé en los próximos minutos. Y gracias. No fue mi intención asustarte antes. A veces soy muy sobreprotectora con él, pero si te permitió ver y saber tanto… es por algo. Aunque, no te equivoques. Fuiste tú la que comenzó el movimiento de los planos que conforman los dos reinos donde vivimos Moises y yo, no él. Comenzaste algo que debes terminar…

Ya no pudo seguir hablando. De entre los escombros surgió la figura de Moises, solo sucio por el polvo, pero entero. Entonces, de un golpe, enterró su mano izquierda sobre el piso de escombros y con un movimiento lento saco de entre ellos al pequeño, que yacía inconsciente. Lo tomó entre sus brazos y camino hacia Rafaela. Sandibel era solo una testigo, con el otro pequeño en brazos, y a una distancia segura.

–Él esta bien– dijo Moises a Rafaela.

–Lo sé. No serías capaz de lastimar a tu amigo.

–Que bien me conoces, Ángel de la consciencia, curadora de Dios– Sonrío Moises y Sandibel pudo conocer, por primera vez, la sonrisa que conquistara a las dos partes que provocaron todo esto –Así es, no lo lastimaría, me encanta estar con él, al igual que su presencia me es necesaria como la mía a él. Somos amigos.

–¿Que sigue entonces, desean saber?– No comprendí la frase pero intuí que la estaba haciendo en nombre mío, aunque ella sabia perfectamente la respuesta.

–Bueno– acuso el joven suicida– él seguirá su camino. Esta demasiado comprometido en ello y es tan terco que no parara hasta autodestruirse, porque es la única meta que tiene en la cabeza. Pero nunca se sabe. Quizá alguien que desee luchar a su lado, logré sacarlo de la oscuridad en la que él quiere entrar –guiñó un ojo y volvió a sonreír –me dio gusto verte de nuevo, hermana. A ver que día nos echamos una cerveza y charlamos, ¿no?

–Sabes que aquí no se puede tomar, Moises

–Pura cháchara, querida… pura cháchara. Hasta luego

Moises comenzó a caminar, desvaneciéndose poco a poco, con aquel pequeño durmiendo, inconsciente, en sus brazos. Rafaela entonces voló hacia donde me encontraba y extendió los brazos para cargar al infante encadenado. Soplando suavemente, hizo polvo todas aquellas cadenas que lo cubrían, dejando ver a un niño con unos pantalones cortos con tirantes, cabello negro lacio y apacible como un niño pequeño puede serlo. Pero ahora era diferente: su semblante ya no irradiaba una tristeza absoluta. Ciertamente lo seguía siendo, pero ya no abatía esa tristeza, al sentirla…

–Estará bien– Hablo por fin Rafaela después de verlo y, como una madre cariñosa, sonrió en presencia de su, allí, joven amo –Solo necesita descansar un poco.

–¿Estará bien?– Preguntó Sandibel

–No. Nunca lo estará. Siempre estará el dolor de haber perdido a Moises. El peso de todo lo malo que ha hecho y de toda la gente que lo ha lastimado y traicionado. Pero puede aminorarse y, ¿Por qué no? tal vez algún día alguien lo saque de este letargo. Y tal vez, solo tal vez– una lágrima rodó por la mejilla de un ser que solo irradiaba amor –Esa persona estará, no en una habitación, sino en la sala principal del Palacio: será de ella. Entonces, yo ya no haré falta. Hasta pronto.

Rafaela batió sus inmensas alas de cien ojos y comenzó el vuelo. Cuando estuvo unos cuantos metros alejada, volvió a ver a Sandibel.

–Por cierto, ya puedes volar de nuevo. Mientras esté dormido no podrá retenerte. Sigue en tu paseo y divierte mucho, eso a él le gustaría…


Y mientras ella se alejaba velozmente hacia el Palacio de la Memoria, para despertarlo y que siguiera construyendo con ella tantos recuerdos que faltaban, Sandibel inclino la cabeza, pensó en todo lo que aprendió de él durante este tiempo. Sonrió y siguió su camino. Pronto regresaría por aquello, que tal vez, ya era suyo por derecho…

martes, 19 de abril de 2016

Vacilaciones de un corazón negado a sentir (V)...

Del diario de Sandibel del 17 de Abril del 2016 (Fragmento)

–Hola– Me dijo aquel extraño joven. Vestido con una playera roja y jeans, cabello corto negro y una barbita de chivo, ojos tranquilos, aquel moreno estaba sentado sobre una gran roca que no había visto anteriormente. Estaba sonriendo y se veía bastante relajado, pero no podía explicarme qué hacia una persona allá adentro, con los dos niños y conmigo. El joven me sacó de concentración con una sorprendente respuesta, como si hubiera podido leer mis pensamientos.

–Yo vivo aquí y aquí fui creado– No daba crédito a lo que oía –Soy el guardián de este lugar. Me llamo Moises

–Pero ¿Cómo es posible?– Pregunté porque me parecía fascinante. No sé mucho de psicología pero me parecía que una tercer personalidad hablaba de una mente ya retorcida, pero Moises me sacó de mis cavilaciones.

–No… no te confundas…–Dijo aquel joven levantandose de su asiento y caminando alrededor mío, con un brazo en la espalda y gesticulando, como si me mostrará parte del lugar… –Yo no soy una personalidad de nuestro anfitrión. Mi naturaleza es independiente y estoy aquí como su maestro, como su guía.

–Un momento– inquirí un poco molesta –¿Cómo puedes saber lo que pienso si no lo digo?

–En ese lugar muchas barreras dejan de existir, pero no todas puede utilizarlas mi amigo– Volteó a verme con una sonrisa complice, un poco cínica –. Yo puedo saber que piensas, así que no tiene caso, más que externes todo lo que sea para ti plausible de hacérmelo saber. Sin embargo, te diré que las conversaciones relacionadas con tus pensamientos y mi lectura de ellos nuestro amigo no podrá oírlas, estará sordo a ellas por completo.

–¿Por que lo crees?– Pregunté.

–No. No lo creo. Él no tiene esa capacidad, es uno de sus puntos ciegos. Descubrirás con el tiempo que tiene muchos y que son la ventaja de los demás con respecto a él. Él no puede oír ni ver tus pensamientos como yo puedo, y no preguntes por qué: simplemente así es…

–¿Quien eres tú entonces?

–Yo fui amigo de él hace muchos años. Y terminé mi vida abruptamente por instancia propia. La celeridad de mis decisiones pasó eco en la circunstancia de lo fragmentado de mi mente, pero demostré ante todo, un gusto por su compañía que él no había visto antes. Mi amistad con él dejo un gran impacto en su vida así que, a mi partida, sabedor de que me esperaba aquella estructura circular determinada a ser una selva de aquellos que, como yo, se encaminaron por pie propio a un destino funesto, tomó la decisión de crear un lugar donde yo siempre estuviera para el, donde siguiéramos siendo amigos. Donde no lo dejaría solo jamás. Con el paso del tiempo ese lugar terminaría tomando su forma definitiva como el Palacio de su Memoria, un lugar que ya visitaste y en donde sus fantasmas lo persiguen sin que el esté en peligro alguno, donde puede controlarlos por primera vez. Seguramente te preguntarás por que razón no estuve allí en el tiempo que lo visitaste…

–Así es– De nuevo al curiosidad hizo mella en mi así que ansiosa escuche con atención…

–Bien– Siguió enfocándose en contar la historia. Noté que constantemente volteaba a ver al pequeño dentro de la caverna, que comenzaba a mostrar incomodidad de que se supieran sus secretos –La razón es sencilla: mi hermana Rafaela, su terrible Ángel de la guarda, celosamente mantiene cerradas las puertas del Palacio de la Memoria, aunque me sorprendió saber que tú pudiste entrar… Yo, su contraparte, protejo lo que queda de su corazón, luego de… bueno, luego de ella. Como verás, es un páramo desolado donde solo hay tristeza y odio entremezclados. Es un pantano interminable donde no tiene cabida una sola sección de los sentimientos que un ser humano puede tener… el único tipo de amor que no puede entrar: ese es el que yo combato.

–¿Y por qué tú, entre muchos, fuiste el asignado?

–Yo no fui asignado– Dijo esto mientras un pequeño halo morado comenzada a resplandecer en el. Un temblor comenzó a sentirse en la región, al tiempo que el pequeño encadenado, como un Prometeo furioso, intentaba ya con mas fuerza, liberarse de sus ataduras. –yo elegí este lugar. No dejaré que lo lastimen de nuevo

–¡Pero tu no puedes hacer eso– comencé a gritar. Ahora le temía a este ser frente de mí –Tu no eres su amigo. Eres un recuerdo que él creo a partir de sus memorias, para no dejarte ir, para que lo acompañaras, no para que lo dañaras!

–¿Y eso que importa?– Una carcajada sonora escapo, por fin, de él, mientras de manera amenazante comenzaba a caminar, lentamente, hacia mi –Él me dio vida y libertad, y aunque tengo mis limitaciones, soy casi omnipotente aquí. Puedo forjarlo hasta que esté lo suficientemente fuerte para asumir el control de su lado “Hyde” y salga al mundo y libere todo el dolor que ambos hemos sentidos. Y no te equivoques: él sabía como me sentía y dejó que me matara en el mundo real, y ahora su culpa me permitirá hacerlo renacer de la forma más hermosa posible: la de un asesino de mundos, jajasajajajajajaja….

Ya no hubo más charla: la tierra donde nos encontrábamos comenzaba a caerse a pedazos. El niño con cadenas, ya en el suelo, era incapaz de moverse pues estas había tomado demasiado peso. Corrí hacia el y le ayude a levantarse y lo obligue a caminar, mientras lentamente Moises nos seguía, dispuesto a hacernos algo, aunque no quería saber qué.
Ya habíamos recorrido un buen trecho. Yo sabía que no teníamos escape. Yo no podía volar hacia mis mundos. No quería abandonarlo. Y él no me dejaba irme. Entonces lo sentí. Estaba asustado, por eso no me dejaba. No tenía idea de si quería que lo llevara conmigo, pero definitivamente no quería que me fuera. Y posiblemente hubiéramos tenido oportunidad de avanzar un poco más, pero entonces aquel pequeño de los pantanos. Aquella presencia mala, llegó de frente a nosotros, dejándonos sin escape alguno. No cambiaba su efigie. Seguía estando serio, pero ahora presentaba un temblor en la cabeza, como si estuviera enloquecido, movimiento que en cuanto tuvo enfrente de sí a su gemelo, siguiera el pequeño al que intentaba salvar. Los ojos de ambos se pusieron en blanco y comenzaron a convulsionarse ligeramente. Detrás nuestro, Moises reía de la situación.

–Niños, niños, estense en paz, no asusten a la señorita…– su sonrisa cínica y su cabeza parecida, desde mi punto de vida, tal vez por el susto, a la de un buitre venido a menos, renovaban los golpeteos en mi corazón. ¿Que podía hacer? estaba dentro del sueño de un hombre y este se estaba autoinflingiendo una gigantesca herida. ¿Podría salvarlo? ¿Que podía hacer? ¿Por que razón estaba yo allí? ¿Acaso…?

De pronto, de la nada, la vi. Un halo de luz cubrió a Moises, cegándolo por completo. El haz destruyo la cúpula de altura imposible de la montaña. Se llevó las manos al rostro en un reflejo de evitar la intensidad de esa luz que sollozaba hacia él. Escuche un “No” , como un susurro, del pequeño del pantano, mientras que el de la cueva, como ennegrecido, me preguntaba “¿Es ella, verdad?”

–Si. Ha venido también por ti– Conteste sonriendo.


Rafaela estaba en el cielo, combatiendo con luz a su hermano sangriento. Su espada era ese potente haz que lastimaba a Moises, que gritaba que ella no podía estar allí, que no podía y que no era su territorio. Entonces la montaña comenzó a temblar, cayéndose a pedazos. Y tomé mi decisión….

viernes, 15 de abril de 2016

Vacilaciones de un corazón negado a sentir (IV)...

–Adelante. Esta allá adelante– Le inquirió con voz profunda el niño a Sandibel. Ella pareció no notar que la voz del niño se distorsionaba levemente.

–¿No quieres acompañarme? Yo te cuidare– dijo la joven, pero él adquirió un tono más serio en su rostro.

–No necesito que me cuide nadie. Solo ve adonde esta él y acabemos con esto, que es una charada…

Cada frase que el niño decía le parecía a ella demasiado como para que un pequeño lo dijera. Si era cierto lo que decía y tanto ella como dos niños estaban dentro del corazón de aquel joven, en ambientes oníricos y tormentas de pesadilla, los niños debían ser las manifestaciones del joven que conociera en aquel palaciego lugar. ¿Cómo había cambiado tan ilógicamente todo? Si los dos niños eran sus mitades, ¿que le habría sucedido en la vida como para generar en uno de los niños tanto odio y rencor, palpables desde cualquier perspectiva? Y sobre todo, si este pequeño era de esta forma, ¿que le esperaba con la otra mitad? Decidido no seguir pensando en ello y apurarse. De todos modos no había escape: tenía que verlo primero y de allí ver como saldría para seguir volando en sus universos primarios, en sus mundos propios.
Conforme se iba acercando a aquella montaña que de la nada tomaba forma a lo lejos, vio que aquellas tormentas eléctricas que había observado de lejos se aglutinaban como si de remolinos se trataran alrededor de la cúpula. No era un volcán pero ciertamente parecía tomar esa forma. Además, no había ningún tipo de vida alrededor, ni animal ni vegetal. Todo estaba desolado. Al acercarse más y más, noto que la formación montañosa era totalmente de piedra. Tal vez ese material era el único sólido que existía en este corazón, un corazón de piedra, inaccesible a excepción del hombre del que provenía, y que ahora le había metido en este lío. Ya cuando estaba más cerca vio la cueva adornada por lamparas –si, de piedra, aunque contenían velas en las que ningún viento soplaba– y siendo la única forma de entrar en la montaña se fue adentrando, agradeciendo que la luz fuera bastante buena. De cualquier manera, en aquel vasto pantanal, todo parecía nublado siempre, el cielo era de un color grisáceo que permitía ver a cualquier lugar y hacia muy lejos sin hundirse en ninguna oscuridad ni avanzar hacia ninguna luz.
Camino todavía un buen tramo. Dentro de la caverna, de unos tres metros de ancho y alto, la tierra estaba por fin libre de aquel lodazal, lo que le causo cierta alegría. No podía limpiarse porque no tendría donde lavarse así que tuvo que seguir así. Y más adelante, después de otra eternidad caminando por sinuosos caminitos, en una única alternativa para avanzar, llego al final de aquel túnel, solo para encontrarse en una especie de laguna gigantesca, casi del mismo tamaño que el vasto pantano de afuera. Sin embargo, aquí la oscuridad dominaba el cielo: estaban dentro de la montaña, que por dentro lucía mucho más grande. La iluminación provenía de gigantescas lamparas colgadas de cadenas que desaparecían a la vista y que sollozaban con las flamas que de ellas se desprendían. agradeció de nuevo la capacidad de poder ver bien sin hundirse en aquella oscuridad que le parecía tan imponente, tan temeraria, que fácilmente se hubiera quedado con gusto un tiempo para observar aquel espectáculo dantesco. Si, dantesco, algo había de aquel vate florentino en este escenario de pesadilla.
Y entonces lo notó. Había música. ¡Música aquí, en este paraje tan desolador! era música instrumental, no podía ubicar al autor ni su origen, pero a final de cuentas, este mundo estaba creado a partir de alguien… ¿Por que no le sorprendía? Por que en sus mundos a veces también la acompañaba su música favorita. pero esta música era tan desoladora como el paisaje que acompañaba. Sin duda lo estaba para provocar un decaimiento del animo mucho más fuerte en quien se atreviera a entrar aquí. O… o tal vez para acompañar la soledad de su dueño, soledad que se palpaba en cada centímetro del lugar.
Un sonido la saco de su letargo y la asustó sobremanera. En cuanto volteó pudo observar como del pantano interior surgían esculturas de piedra. Todas en posiciones de absoluto terror. Algunas las reconoció al instante: era el joven que conociera en aquel paraje, en tristeza, o terror, o ira. Las otras eran de personas que desconocía, ¿estaría ella en alguna? las esculturas surgían sin un patrón definido. Probablemente eran memorias nuevas que iban surgiendo. Ó quizá todos esos recuerdos iban y venían. Conocía la extensión de la memoria humana y sus debilidades y fallas, que podían ser catastróficas.
Mientras camina tratando de aminorar el tiempo en este lugar, Sandibel se dio cuenta de la santidad y de la melancolía y la tremenda soledad que habitan junto con él este lugar que prefirió sacar de su cuerpo. Y se sintió tan impotente que prefirió ignorar el sentimiento y seguir adelante. La música cambiaba a veces, mostrando coros angelicales o cantos gregorianos diversos. Pareciera que estaba en la versión deformada, mutada, de una iglesia del medioevo, mezclada con una pagana.
De pronto, a lo lejos, en lo que parece ser el fondo de la caverna, y caminando a través del laberíntico valle de esculturas siniestras y música agolpada en oscuridad, Sandibel vio algo y el terror fue apoderándose de ella. Allí, en el centro de la inmensa cueva, se encontraba un niño, gemelo de aquel que encontrara hacia un buen rato en el pantanal externo, encadenado de manera grotesca a un techo de baja altura. El niño llevaba pantalón sastre y un suéter azul. Camisa blanca y una pequeña corbata azul. Su cabello era lacio e igualmente cortado. Sandibel acarició el rostro del pequeño, que podía alcanzar fácilmente, pues no estaba colgado muy alto, y era sometida por la intensa tristeza que llevaba el niño a cuestas.

–¿Quien… quien eres?– dijo el pequeño mientras levantaba de manera pesada su cara para verla. Ella le esbozó la mejor de sus sonrisas mientras una lagrima escapa de su ojo derecho. Por fin sabía, recordaba, quien era él…

–Soy yo– Comenzó a llorar mientras volvía a acariciarle la cara– Soy Sandibel…

–¿Y como… sabes que estaba aquí…

–No lo sabía hasta ahorita. Tú me llamaste. Por ti estoy aquí. Vengo a llevarte a casa.

–¿Ca… casa?– Preguntaba el pequeño.Sandibel notó que no intentaba escapar.

–Déjame ayudarte con esto– En el momento en que ella tocó las cadenas estas parecieron cobrar vida y apresaron al pequeño, que no expreso dolor alguno a pesar de que parecía que lo lastimaban.

–No.

–¿No?– Preguntó al niño, mientras retrocedía, presa de un sentimiento de pánico que no había sentido antes. Las cadenas comenzaron a bajar al pequeño, sin dejar de apresarlo, como si fueran parte de él, no una forma de castigo.

–No. Aquí vivo y soy feliz. Aquí me encerraron para evitar que siga cometiendo tonterías.

–¿Cuáles tonterías?– Dijo ella –No comprendo por que tendrías que estar encadenado siquiera. Eres sólo un niño…

–El mundo no es para mí. No ha hecho más que lastimarme. Por eso platicamos él y yo y yo decidí quedarme aquí.

–Pero… eres solo un niño. ¿No quieres ver como es el mundo? ¿Amar?– al nombrar esa palabra la cueva tembló, como si comenzara a desmoronarse. Terribles aullidos salieron entonces de algunas de las estatuas y estas parecieron, por un momento, tomar vida propia.
El niño solo estaba allí, parado, sin moverse, con varias decenas de cadenas adheridas a su cuerpo. En las paredes tras de él comenzaron a proyectarse imágenes. Sandibel sólo podía deducir que eran del pasado del niño, que a la vez era su futuro: recuerdos del joven que ella había olvidado hacia tanto tiempo. ¿Porqué sufría tanto? ¿Qué lo atormentaba?
Ella comenzó entonces a observar parte de la vida que había quedado plasmada en esos pequeños. Pero este, el que estaba frente a ella, era el que estaba sufriendo y sin embargo, prefería permanecer así. El otro niño parecía satisfecho con lo que estaba haciendo. Y en este paisaje tan desolado, coexistiendo ambos, podía decirse que su simbiosis era perfecta, y la parte mala era la que gobernaba el corazón de este chico. Vio todo: las torturas de niño, las culpas echadas a cuestas, la gran cruz que tenía que cargar por eventos en los que él no tenía injerencia. La idea de no vivir tatuada ahora en su frente, como si de un mantra se tratara. Las precoces avanzadas de un pequeño niño que no comprendía al mundo y que sólo se sentía atacado por él. Y la vio entonces detrás de él, en algunas de las imágenes. Esa sombra con cuatro brazos que gentilmente le susurraba cosas al oído, diciendo que todo estaría bien si ella plantaba la semilla en él. Y con ese toque oscuro, en la primigenia sopa de su tierna mente, vio nacer a su otro yo, tan temprana edad planteada, con las características que ella ya había observado, inamovible. Silente. terrible. Y eterno.
Las cadenas comenzaron a moverse de nuevo. Las imágenes poco a poco comenzaron a desaparecer. De nuevo el pequeño era colocado por encima del suelo, esta vez en una dirección distinta. Y él solo se dejaba. Sandibel incluso se diría a si mismo que estaba sonriendo, como si cada cadena fuera un brazo protector, una extensión del amor que necesitaba y, sin embargo, que tanto anhelaría en algún momento de su vida. Y solo se dejaba alentar por el abrazo de la kāla. De la última realidad.
Cuando dejó de temblar y la caverna había adoptado su solemne marcha espectral de coros y cantos lúgubres, el niño volvió a despertar de su letargo y se dirigió a donde se encontraba Sandibel, testigo de aquella danza sin sentido.

–Somos hoy. Antes y después. Y esta es nuestra vida plena. No necesitamos salir de aquí. Aquí somos felices. Solo queríamos que comprendieras. Que vieras esto que a nadie habíamos mostrado. Como un regalo– Ahora estaba calmado –y que des tu palabra de que nadie más sabrá–

–Lo prometo– dijo ella con un tono diferente. Decidido. En segundos tomó también su decisión –Pero aunque me vaya de aquí, aunque me corras, puede que vuelva si yo quiero. Por ti.

–Para eso tendría que entregarte nuestro hogar. No puedo. No depende de mi.

–¡Claro que depende de ti y también de él!– Dijo tiernamente Sandibel, quizá para no asustarlo más – Solo que tengo que encontrar la forma. ¿Verdad? Solo tengo que hallar la solución para que puedan vivir juntos, cada quien en su zona sin lastimarse.

–Pero no puedo– volvió a insistir el, bajando lentamente la cabeza, como si la pesadumbre se apoderará de su cabeza –Para ello tendríamos que pagar un precio muy alto. Y yo no quiero que él muera. Me ha protegido siempre. Es mi hermano…

–¡Ninguno tiene que morir para ser libres de su prisión!

–Claro que si. no lo entiendes. Yo tal vez podría vivir, si así lo he hecho tanto tiempo no creo que haya problema. Pero él… –Volteo hacia su derecha, como si supiera exactamente en donde estaba situado su gemelo– él ya ha salido pero prefiere estar aquí por el momento. Dice que si sale definitivamente acabará con todo. Y yo no quiero que pase eso. Dice que si acaba con todo el se quitará la vida. Que acompañara a Moi. Lo extrañamos tanto.

–¿Quien es Moi?– dijo con sorpresa Sandibel. No había escuchado de él hasta ahora.

–Nuestro amigo. El aliento primero. El único. El que se fue primero. Dice él que es nuestro destino seguirle si desatamos nuestras dos caras afuera.


–Asi es– Sandibel dio un salto de susto. ¡Había una cuarta persona allí con ellos! Al voltear, un joven estaba allí, a unos metros, sentado en una pequeña formación rocosa….

miércoles, 13 de abril de 2016

Vacilaciones de un corazón negado a sentir (III)...

Del diario de ella:

“De pronto su semblante cambio y un ligero temblor comienzo a sentirse. Mientras éste aumentaba poco a poco, noté que la capa pétrea alrededor del corazón comenzaba a caerse en pequeños trozos…

–¿Quieres ver sus reacciones? – Sentí un estremecimiento que no había sentido mas que de niña, cuando estaba asustada por algo y mi madre me abrazaba, consolándome para alejar eso que me causaba temor. Esta vez no había nada para abrazarme, mientras el mundo donde nos encontrábamos desaparecía en una espesa neblina y el chico enfrente de mí se alejaba sin mover los pies, como si estuviera encima de alguna aparato que le hiciera moverse rápidamente. Una sensación de nauseas se apoderó entonces de mi y cerré los ojos para controlarla, al tiempo que un tenue dolor de cabeza me indicaba el cambio a un lugar que, pensaba, no sería tan agradable. Fue cuando perdí la noción del tiempo…

Desperté de mi somnolencia en cuanto sentí lo mojado de mis calcetines, al tiempo que volteaba hacia abajo y descubría la razón: ahora estaba en una especie de pantanal y el lodo cubría mis tobillos. Voltee a todos lados y en el pantano, hasta el horizonte, solo podía vislumbrar algunos troncos caídos. Una tormenta eléctrica resonaba y se observaba en algunas zonas, aunque no concebía, de alguna manera, que pudiera verme envuelta en aquellas torrenciales tormentas. Decidía caminar: tendría que encontrar algo en algún lado. Y definitivamente no podía volar. Me estaba deteniendo alguna clase de fuerza, por lo que mover los pies era lo único.
Afortunadamente camino muy rápido así que recorrí un buen trecho en poco tiempo. Pero no había nada con vida. En algún momento me pareció que incluso me encontraba dando vueltas sobre el mismo lugar, pero este cambiaba a cada rato, por lo que deseche la idea. Y era muy solitario. Cuando estaba comenzando a asustarme porque creía que iba a estar allí por siempre, sola, en un paraje de terror, oí un sollozo y al girar a mi derecha, observe, en el pantano, a un pequeño con un atuendo de short y playera. Obviamente el lodo le llegaba hasta la cintura, pero pude imaginármelo con unos calcetines y unos zapatitos de charol ya todos sucios. morenito con cabello negro, como si la soledad lo tuviera apresado y sin embargo no se viera encima de él, tendría frío, aunque en ese lugar el frío o el calor no existían. Como si, de alguna forma, la entidad que creara ese lugar ignorara los climas….

–¿Que pasó, pequeñito? ¿Estas bien?– me acerque y acaricie su cabeza mientras le sonreía. Y me di cuenta de que él solo me observaba desde que yo comenzará a acercarme a donde se encontraba. Y ya tan cerca supe porque me estremecía tanto… Su mirada estaba completamente vacía. No había ningún sentimiento en ese niño. –¿Por que estas aquí?

–¿Tu deseas verlo a él, no?– me contestó mientras una mueca de desprecio asomaba ligeramente de la comisura de sus labios – Quieres ver su corazón, estudiarlo…

–Pues… si. Eso quiero– adelante que la respuesta provocaría algo pero quise ser honesta con el.

Entonces volteando me señalo un punto. Un punto que desde allí no se observaba, en la dirección de una de las tormentas eléctricas. 

–Allí lo hallarás. Pero te advierto: esta encerrado. No lo dejaré salir, pero te dejare que veas lo que hay aquí…

–¿Ver… aquí?– Pregunté totalmente confundida… 


–Si… aquí. me pidió que le diera permiso de mostrarte nuestro lugar más secreto. Y como yo también te he visto y me agradas,se lo concedí. Estas dentro de nuestro corazón…”

lunes, 11 de abril de 2016

Vacilaciones de un corazón negado a sentir (II)...

Su encuentro es fortuito pero no es esta dimensión. Ya tiempo atrás ha ido, de manera aleatoria, de nuevo formando su Palacio de la Memoria. Rafaela, la única, la guardiana de todo aquí, incluyendo el alma de él. Y es cuando recuerda: cuanto ansiaba verla… Y mientras siguen viendo planos imaginarios proyectados por la mente de él a través de Rafaela, se encaminan hacia donde ella esta intentando entrar para ver…
Ella esta sentada en una pequeña banca de mármol, cansada. Más el ambiente es tan tranquilo que no ha podido evitar descansar un poco mientras observa a lo lejos el ruido que provocan los nuevos cimientos del ala este de aquella mansión gigantesca que se ve a lo lejos. ve muchas habitaciones y se pregunta si de verdad vivirá tanta gente allí como para que se esté construyendo algo así de enorme…

–Recuerdos– Él le dice mientras se va acercando con los brazos atrás, mientras Rafaela comienza a elevar el vuelo, actitud desdeñosa. Cualquiera que la viera diría que esta molesta por algo. Yo sé que esta celosa, porque la he visto antes estar así. –Hay un recuerdo en cada habitación. Y cada día construyo muchos más.

–¿Y no es absurdo– inquiere ella– que haya tanto espacio para un solo recuerdo en cada habitación? ¿Por qué no en cajitas o en un cuaderno?.

–Porque cada recuerdo es tridimensional y en su tamaño y forma originales. Solo que estando detenidos en un momento del tiempo, para que yo pueda acudir a ellos y estudiarlos…

–¿Y para que quieres eso? ¿Por que detenerse tanto en el pasado?– Pregunta mientras me ve y sonríe. Intenta ver a través del alma de él y eso no esta acostumbrado. –¿Es demasiado desperdicio, no crees?

–Me detenía en el pasado por que era lo único que me mantenía con vida– le responde con un dejo de tristeza en el rostro, que ella nota enseguida. Le da un poco de pena. Pero se da cuenta, entonces, de la sintaxis…

–¿Te detenía?

–Así es. Ya no me detiene pero estoy entercado en mantenerlos alli, así como fueron creados– Se quita los cabellos del rostro y de pronto parece otro –Por eso aquellos cimientos formándose, ¿los ves desde aquí? Hay nuevas habitaciones porque, después de tanto tiempo, estoy creando nuevos recuerdos.

–Eso es bueno, ¿no crees?– responde ella, girando ligeramente la cabeza, como buscando algo en él.

–No… bueno, en realidad no lo sé. Hace tanto tiempo que no visito este lugar, que necesito la ayuda de Rafaela para volver toda mi cabeza en orden.

–¡Claro que es bueno! Quieres crear nuevos recuerdos, con personas nuevas. Por cierto, intente levantar una escultura de un corazón aquí cerquita…

–No es una escultura. Es mi corazón. Aquí lo dejé hace tanto tiempo…

–Pero pensé que…

–Me niego a entregarlo de nuevo – él se encamino hacia donde el corazón de piedra yacía tirado, junto a unos arbustos, al lado del camino que llevaba a la reja principal que ella no pudiera cruzar debido a Rafaela y cuando lo levanto este se dejó sin esfuerzo, lo que la dejo perpleja, ¿cómo es que ella no había podido ni moverlo? – ¿Ves todas estas grietas –señalo el órgano muerto– Son las veces que, dentro de mí, lo rompieron. Hasta que me cansé. Y aquí, donde mi voluntad es única, lo bote en espera que se perdiera. No sé como es que lo viste.

–A mi me gusta tu corazón– dijo ella, notando que de nuevo él estaba triste, sólo mirando ese objeto en sus manos.

–A mi no.

–Mira– le dijo ella con tono serio – no vengo desde tan lejos para irme con las manos vacías. Lo que me gusta me lo llevo, y quiero ese corazón para mi colección para estudiarlo. Se ve… extraño –una arqueada ligera de las cejas de él le indico que iba bien–. Quiero ver sus reacciones… bueno, en cuanto logre descubrir como quitarle la capa de piedra que tiene….

Le encantaba ver como él estaba desconcertado. Incluso se veía lindo así. Desde que llegara a hablar con ella, había permanecido muy serio, pero ahora. Ahora no sabía que hacer. Se veía tierno, y estaba segura de que en cuanto él encontrara de nuevo su camino, muy probablemente no volvería a ver esa faceta en alguien que parecía tan seco…


viernes, 8 de abril de 2016

Vacilaciones de un corazón negado a sentir (I)...

Solo yo sé que acontece en cada puerta de las miles que he creado, alrededor de este frío sendero de caminos entrelazados… cada enredadera que se ha propuesto cubrir algunas de ellas, bien despojando de todo su recubrimiento otras, desnudándolas, haciéndolas víctimas del primer engaño… cada paso dado sobre la férrea e inmisericorde voluntad de hacerse de mis servicios sin pagarme con tu corazón, para envolverlo y luego romperlo en mil pedazos… Solo yo sé que acontece en cada recuerdo que de mi hace presa esta inconsistencia ante la realidad que me flagela cada día lentamente. Solo yo sé. Y aunque a veces la tentación es fuerte y me orilla a casi tocar una que otra puerta, es cierto que mis propios Malacodas se colocan en una fila que me impide realizarme como debiera y terminar mi tarea… Efigie incólume de mis bienaventuradas plegarias por ti, en una inversa espiral de auto de fe…
Veo como ella pide entrar: Mi fiera Rafaela se lo impide… su respiración agitando su pecho. Envolviendo en un deseo insano. Y me contengo en mi ira rebustiante: en mi discurso ya callado por mis tentaciones contenidas. Y grito a los cuatro vientos cuanto la deseo. Porque si… la deseo. Y eso no me conviene. me juzga la mala orientación de mis palabras, por cuanto se empeñan en darme la espalda si bien no terminan sus propios soliloquios acerca de lo bueno y de lo malo.
Y es por cuanto la deseo que mi carente equidad se convierte en una obsesión paralela a mi fuerza de voluntad. Es allí donde todo se desboca; se vuelve río hirviente que despedaza cuanto cruza en su camino y yo, enajenado en la destrucción que ello provoca me sumerjo mas y mas en la fehaciente sopa primordial de donde salen todos mis anhelos. Y aquello que más deseo se cruza contra los demás sueños y los pervierte: los erotiza hasta tal punto de volverlos indispensables.
Me observo a lo lejos, desde la andanada, como si se tratara de un ruedo. Solo que, en silencio, provoco de mi en mis sentimientos la marejada y los dejo sueltos uno tras otro, mientras gritando e placer y dan vueltas en rededor mío. Es entonces cuando por fin, me separo, incongruente, solitario, magnánimo. Ya hay dos de mi: aquellos de los que siempre hablo. Mi jekyll y mi Hyde. Ambos se ven y se muestran un desdeño puro. Yo, en posición neutral, solo los tomo como rezago, mientras sigo caminando y mis puertas vuelven a mi una tras otra. Es entonces cuando la observo. Me ha seguido hasta donde le fue posible. y le he dejado atrás. Pero ha visto mi corazón. el que tiré. Quiere recogerlo para devolvérmelo, pero echo a correr y me escondo. Mis dos mitades siguen observadores hasta que. por fin, comienzan a soltarse improperios mutuos, culpándose de lo que esta por venir. Y yo, de este lado, me he convertido, por fin, en la sombra final. Como se supone estaba escrito desde mi nacimiento.
Rafaela aterriza a mi lado. Mi alada compañera, mi confidente. La única. Y comienza a darme los pormenores de las nuevas construcciones. Porque aún siendo pequeño, mi Palacio de la memoria ya contiene muchas habitaciones, con pequeños recuerdos en cada una. Seguimos debatiendo algunas memorias que desatan mis variopintos sentimientos y provocan un alud de sensaciones placenteras y paganas. La chica sigue forcejeando, intentando cargar un corazón que pesa demasiado por todas las cadenas que le unen a estos mundos. Intenta ayudar y se ve tan tierna, que me doy una reprimenda por ese pensamiento sano que es interceptado por cantidades bestiales de malsanos textos.

Ella despega. Va a viajar en su propio universo. En un sentido de oblicuidad que retoma a cada paso para no concentrarse y disfrutar del paisaje. Sonrisa que se libera, por cuanto permite un hilillo de alegría en su andar, singularidad que contagia a todos y que sin embargo, me enferma un poco por no estar acostumbrado a ese sentir, decido no acompañarla por el momento: ya debatiré su sentir. Mientras sigo ensimismado en mis planos imaginarios, viendo como cada columna se levanta dejando tras de sí una estela de polvo y una marejada de viento que me despeina un poco. Aquí sí puedo traer siempre larga mi cabellera. Aquí puedo correr sin cansancio. Aquí si puedo, completamente, dejar de amar para siempre…

martes, 5 de abril de 2016

El pequeño Juan...

El pequeño Juan observaba a ese hombre tan alto a su lado: simplemente no podía evitarlo, le parecía impresionante. Y mientras esperaban que el siga les permitiera cruzar la calle, agarrado de la mano de su madre, quien no había notado el interés de su pequeño por el hombrote, simplemente preguntó…

– ¿Por que es tan grande señor?– En ese momento su madre volteo a ver al hombre que en verdad era alto y no pudo evitar la pena… jalo inconscientemente, de forma suave, a su hijo y trato de esbozar una sonrisa de disculpa, pero él solo volteo a ver a Juan y sonrío mientras se agachaba para quedar un poco más a la altura del niño de cinco años…
– Ah, es que comí de niño, a tu edad, unas pastillas que Mamá, secretamente, ponía en mis verduras y comida. Y esas pastillas que ayudaban a la gente a crecer, surtieron efecto al cabo de unos años… seguramente tu mamá en secreto las pone en tu comida, por lo que en unos años serás tan grande como yo… –En ese momento volteo el hombre a ver a la madre, guiñándole un ojo y manteniendo la sonrisa para que ella no se sintiera incomoda, gesto que la mamá de Juan comprendió a la perfección…
–¿Y por qué tardan tanto en hacer que crezca?
– Pues por que son muy, muy poderosas, pero su efecto, para que sea todo lo potente que es, necesitan, como las semillas, de un tiempo de germinación. Tú hazme caso y come esa comida que te dan… toda. Si no, no servirá de mucho…
–Si señor…

Volvió a ver a la señora, asintiendo con la cabeza en señal de complicidad, mientras el pequeño volteaba a ver a su madre, quizá preguntándose si en verdad le estaría poniendo esas pastillas en su comida. Y mientras la luz del semáforo cambiaba a verde, el hombreton hizo una señal de despedida a la mujer, una a su pequeño y nuevo amigo y se retiro , contento por una charla tan interesante y amena…