martes, 26 de febrero de 2019

No he dejado de soñar desde que la vi...

No he dejado de soñar desde que la vi. No termina de seducirme, aún con esta distancia en medio. Y yo corriendo, aprovechando la tormenta, para declarar mi amor a primera vista, empapado, sin poder pensar, pero seguro de los hechos.
Era mi costumbre llegar después de la una de la tarde a casa. Después de todo, en algún momento tenía que comer algo, y las frituras de la calle me provocaban terribles dolores de estomago, que a veces tardaban días en quitarse. No tomaba medicamentos, pues mi experiencia con ellos no dejaba pie a duda: en mi organismo, un placebo podría resultar nefasto, ya no digamos una medicina realmente potente. Y aprovecharía para terminar algunas tareas y sentarme a cambiarle de canal una y otra vez, aburrido de la televisión, pero seguro que en este día no encontraría nada más divertido.
A las cuatro de la tarde decidí dar un paseo. Fumaría un cigarro —me mareaban terriblemente, consecuencia de dejar el vicio por cuatro años, pero me entretenía— y saludaría a las viejas amistades del barrio; aún con cuatro años aquí, y conociendo a muy pocos, pero teniendo una buena relación, extrañaba a mis viejos amigos: el Rulas, Moi, Saúl… todos con algo que decir, pero las peores circunstancias para decirlo. La muerte de uno de ellos terminó por separarnos definitivamente.
Solo por fotografías viejas conocía muchas de las calles de la ciudad, pero como los admiraba. A veces, solo tomaba el metro para caminar, sin más, por las calles del centro. El pleno gusto de poder observar cada recoveco de los edificios, intentando saber a que o cuál estilo arquitectónico pertenecían me dejaba satisfecho. Nunca le atinaba: por ciertos libros que leí, disfrute mi gusto por la arquitectura orgánica. Me decía a mi mismo que me construiría una casa con ese estilo algún día. Pero enloquecía viendo el conglomerado de épocas reunidas en unos pocos edificios. Gigantescos bloques pétreos, rivalizando con estructuras hechas de tabiques microscópicos. A veces, me imaginaba el zócalo con sus jardines, protagonistas de los paseos dominicales. Sombrillas elegantes bloqueando el paso del astro de fuego, pequeños globos tirando de uno a otro lado, mientras que, a lo lejos, la gente se aglutinaba para subir al tranvía. Apenas los carruajes y algunos carros, modernos monstruos tecnológicos, daban fe de la lucha que sostenía a diario la modernización con lo antiguo. Y yo en medio, vestido a la usanza de unos ciento y cacho de años en el futuro, veía a todos pasar, sin poder moverme de la excitación. Mi imaginación, producto incólume de la voluntad, me mantenía en una posición provechosa para ser un espectador fuera de su tiempo.
Y allí, dentro del torbellino de imágenes y sonidos; alrededor del mosaico de aromas que nunca dejaba de sorprenderme, y que deleitaba aún más mi imaginación… allí, bajando de uno de los tranvías… Allí la veía por primera vez. La suavidad de su rostro moreno, emplazando la naturaleza del tiempo que os aqueja, pero que, amorosamente, nos cobija, me apabulló por completo. Iba con su madre, atendiendo las gentiles sonrisas que en rededor suyo provocaba admiración de las mujeres y las atenciones desmedidas de los hombres. Pero la visión, la bienaventurada visión de sus ojos, era solo mía.
Pude seguirlas a través de la plazoleta. El paseo entre semana no era muy común en mi época, pero en esta época soñada podía recrearla cuando a mí me placiera, y mi corazón, siempre en búsqueda de la perfección, exaltaba cada sentido con su imagen. No entendía muy bien de vestidos, pero el encaje blanco resaltado sobre la tela de tonalidades de un rojo sangre precioso, fusionaba una y otra vez el detalle de su faz morena clara, rematando en unos ojos miel que invitaban al descanso y a la paz. A través de los pequeños guantes de tela y encajes la sombrilla, en tonos metálicos, pero con la parte superior en el mismo rojo que el vestido detenían la luz, y la refractaban a cualquier otro lado, para no tocar su cuerpo.
Pero no fue nada comparado al momento en que, asombrado por mi propia capacidad, olvide lo cerca que pasaba de mí, y el aroma de su piel trastorno mis sentidos. Era como estar en todos lados y en ninguno a la vez; como tocar el cielo, y caer a la tierra, presa de mil dolores angustiosos… era como estar solo con ella, y que el mundo solamente girara en torno suyo. No podía evitar sacar de mi mente esos pensamientos y la exacerbada índole de mi súbito enamoramiento de este, mi fantasma más anhelado, pretendía cerrarme a la panacea más sublime.
Al alejarse un poco más, y permitirme volver al control de mis pensamientos, no pude evitar pensar en detener esa imagen por siempre, guardándola en el palacio de mi memoria, para activar el recuerdo cuando por fin conociera a esa diosa en mi tiempo, y bajo mis condiciones. Pero pensé que mi eterna Rafaela, mi ángel guardián, se enojaría conmigo, pues ese palacio era suyo por regalo mío, y decidí que solo sería una invitada. Podría acudir a nosotros mi hermosa señora, y verme bailar con mi ángel de misericordia, y podríamos iniciar nuestra amistad. Después de todo, las llaves del cielo eran suyas, y tendría toda una eternidad para comprender el hecho de que sin conocerla ya la amaba…

lunes, 25 de febrero de 2019

Las sombras de Francesca da Rimini y Paolo Malatesta aparecen a Dante y Virgilio.

Esta obra fue realizada por al artista holandés Ary Scheffer en 1835. Se trata de un óleo sobre lienzo de 171 x 239 cm y representa el encuentro que tuvieron los espíritus de Francesca da Rimini y Paolo Malatesta con Dante Alighieri y Virgilio en El Segundo círculo del Infierno, el de los pecadores incontinentes y en particular en donde se ve castigada la lujuria. Ellos le cuentan al Vate Florentino la causa de que se hallen en ese sitio en particular, azotados por un torbellino infame y eterno.Esto provoca que Dante, conmovido, se desmaye.
Esta pintura tuvo varias versiones. La primera se encuentra en la colección Wallace de Londres, la segunda esta en el Kunsthalle Hamburg, la tercera se conserva en el Louvre de París; otra versión se halla en el Museo de Cleveland de Estados Unidos y una última esta en Pittsburgh, Estados Unidos.


 

jueves, 21 de febrero de 2019

La Barque de Dante o Dante et Virgile aux enfers de Eugène Delacroix

La Barque de Dante o Dante et Virgile aux enfers (La barca de Dante o Dante y Virgilio en los infiernos) es una pintura realizada por el artista Francés Romántico Eugène Delacroix en 1822. Es un óleo sobre lienzo y en ella aparecen algunos personajes del Infierno, en el que se representa el descenso al mismo, de la Divina Comedia de Dante Alighieri. Actualmente se encuentra en el Museo del Louvre de París.
En ella se puede observar a Dante, acompañado de Virgilio, en el bote del barquero Caronte, guardián de la barca. La laguna Estigia es la que cruzan y el círculo es el de los coléricos. Al fondo se puede observar la ciudad de Dite, la ciudad en llamas.



Lars Von Trier ha hecho una versión de esta pintura en su última película, “La casa de Jack”…


martes, 12 de febrero de 2019

Memorias mundiales

Sientes el aire pasar a través de tu cabello, y sonríes mientras respiras, pausada y tranquilamente. Posan tus ojos en la férrea estructura, evocando recuerdos de un futuro que no existe, porque tú misma lo construyes, y sin pensarlo sonríes, porque para eso fuiste creada: para ser feliz.Evocas figuras imaginarias de caballos, mientras la delgada línea que separa cada comisura de tus labios esboza una tenue pero delgada sonrisa. Es maravilloso verte, y pensar: eterna pendiente de pecado debe uno atravesar, para poder pagar por la delicia de un solo momento. Tú solo observas, detenidamente, mientras una persona pasa frente a la imagen que tú deshilachas cuidadosamente, mientras toman su café dos personas que están en vecindad con tu figura.
Yo camino por entre la vereda muerta de mis sensaciones, escuchando cada latido hasta encontrar el sereno dolor de mis propios lamentos. Guardo en un bolsillo mi esperanza, pues mas tarde podría perderla, y perderme a mí en un río sangriento de malaventuranza. Me sorprendo llorando por cada hermano que ha caído, y no me explico como es que he permanecido vivo, mientras mis enemigos me han dejado aquí, donde el tiempo se detiene y retrocede. Y extraño el hedor desnudo de mi embriaguez mental, pervertido por tantas muertes ajenas.
Es así, como decido vivir en cada segundo, en cada instante, como me has enseñado, sin volver a cada paso: sin reflexionar sobre lo sucedido, pero cuidando mi espalda de los errores del pasado; sin meter la nariz en recoveco equivocado, para sonreírle a la vida que me cede el paso y me abriga del frío…