viernes, 15 de abril de 2016

Vacilaciones de un corazón negado a sentir (IV)...

–Adelante. Esta allá adelante– Le inquirió con voz profunda el niño a Sandibel. Ella pareció no notar que la voz del niño se distorsionaba levemente.

–¿No quieres acompañarme? Yo te cuidare– dijo la joven, pero él adquirió un tono más serio en su rostro.

–No necesito que me cuide nadie. Solo ve adonde esta él y acabemos con esto, que es una charada…

Cada frase que el niño decía le parecía a ella demasiado como para que un pequeño lo dijera. Si era cierto lo que decía y tanto ella como dos niños estaban dentro del corazón de aquel joven, en ambientes oníricos y tormentas de pesadilla, los niños debían ser las manifestaciones del joven que conociera en aquel palaciego lugar. ¿Cómo había cambiado tan ilógicamente todo? Si los dos niños eran sus mitades, ¿que le habría sucedido en la vida como para generar en uno de los niños tanto odio y rencor, palpables desde cualquier perspectiva? Y sobre todo, si este pequeño era de esta forma, ¿que le esperaba con la otra mitad? Decidido no seguir pensando en ello y apurarse. De todos modos no había escape: tenía que verlo primero y de allí ver como saldría para seguir volando en sus universos primarios, en sus mundos propios.
Conforme se iba acercando a aquella montaña que de la nada tomaba forma a lo lejos, vio que aquellas tormentas eléctricas que había observado de lejos se aglutinaban como si de remolinos se trataran alrededor de la cúpula. No era un volcán pero ciertamente parecía tomar esa forma. Además, no había ningún tipo de vida alrededor, ni animal ni vegetal. Todo estaba desolado. Al acercarse más y más, noto que la formación montañosa era totalmente de piedra. Tal vez ese material era el único sólido que existía en este corazón, un corazón de piedra, inaccesible a excepción del hombre del que provenía, y que ahora le había metido en este lío. Ya cuando estaba más cerca vio la cueva adornada por lamparas –si, de piedra, aunque contenían velas en las que ningún viento soplaba– y siendo la única forma de entrar en la montaña se fue adentrando, agradeciendo que la luz fuera bastante buena. De cualquier manera, en aquel vasto pantanal, todo parecía nublado siempre, el cielo era de un color grisáceo que permitía ver a cualquier lugar y hacia muy lejos sin hundirse en ninguna oscuridad ni avanzar hacia ninguna luz.
Camino todavía un buen tramo. Dentro de la caverna, de unos tres metros de ancho y alto, la tierra estaba por fin libre de aquel lodazal, lo que le causo cierta alegría. No podía limpiarse porque no tendría donde lavarse así que tuvo que seguir así. Y más adelante, después de otra eternidad caminando por sinuosos caminitos, en una única alternativa para avanzar, llego al final de aquel túnel, solo para encontrarse en una especie de laguna gigantesca, casi del mismo tamaño que el vasto pantano de afuera. Sin embargo, aquí la oscuridad dominaba el cielo: estaban dentro de la montaña, que por dentro lucía mucho más grande. La iluminación provenía de gigantescas lamparas colgadas de cadenas que desaparecían a la vista y que sollozaban con las flamas que de ellas se desprendían. agradeció de nuevo la capacidad de poder ver bien sin hundirse en aquella oscuridad que le parecía tan imponente, tan temeraria, que fácilmente se hubiera quedado con gusto un tiempo para observar aquel espectáculo dantesco. Si, dantesco, algo había de aquel vate florentino en este escenario de pesadilla.
Y entonces lo notó. Había música. ¡Música aquí, en este paraje tan desolador! era música instrumental, no podía ubicar al autor ni su origen, pero a final de cuentas, este mundo estaba creado a partir de alguien… ¿Por que no le sorprendía? Por que en sus mundos a veces también la acompañaba su música favorita. pero esta música era tan desoladora como el paisaje que acompañaba. Sin duda lo estaba para provocar un decaimiento del animo mucho más fuerte en quien se atreviera a entrar aquí. O… o tal vez para acompañar la soledad de su dueño, soledad que se palpaba en cada centímetro del lugar.
Un sonido la saco de su letargo y la asustó sobremanera. En cuanto volteó pudo observar como del pantano interior surgían esculturas de piedra. Todas en posiciones de absoluto terror. Algunas las reconoció al instante: era el joven que conociera en aquel paraje, en tristeza, o terror, o ira. Las otras eran de personas que desconocía, ¿estaría ella en alguna? las esculturas surgían sin un patrón definido. Probablemente eran memorias nuevas que iban surgiendo. Ó quizá todos esos recuerdos iban y venían. Conocía la extensión de la memoria humana y sus debilidades y fallas, que podían ser catastróficas.
Mientras camina tratando de aminorar el tiempo en este lugar, Sandibel se dio cuenta de la santidad y de la melancolía y la tremenda soledad que habitan junto con él este lugar que prefirió sacar de su cuerpo. Y se sintió tan impotente que prefirió ignorar el sentimiento y seguir adelante. La música cambiaba a veces, mostrando coros angelicales o cantos gregorianos diversos. Pareciera que estaba en la versión deformada, mutada, de una iglesia del medioevo, mezclada con una pagana.
De pronto, a lo lejos, en lo que parece ser el fondo de la caverna, y caminando a través del laberíntico valle de esculturas siniestras y música agolpada en oscuridad, Sandibel vio algo y el terror fue apoderándose de ella. Allí, en el centro de la inmensa cueva, se encontraba un niño, gemelo de aquel que encontrara hacia un buen rato en el pantanal externo, encadenado de manera grotesca a un techo de baja altura. El niño llevaba pantalón sastre y un suéter azul. Camisa blanca y una pequeña corbata azul. Su cabello era lacio e igualmente cortado. Sandibel acarició el rostro del pequeño, que podía alcanzar fácilmente, pues no estaba colgado muy alto, y era sometida por la intensa tristeza que llevaba el niño a cuestas.

–¿Quien… quien eres?– dijo el pequeño mientras levantaba de manera pesada su cara para verla. Ella le esbozó la mejor de sus sonrisas mientras una lagrima escapa de su ojo derecho. Por fin sabía, recordaba, quien era él…

–Soy yo– Comenzó a llorar mientras volvía a acariciarle la cara– Soy Sandibel…

–¿Y como… sabes que estaba aquí…

–No lo sabía hasta ahorita. Tú me llamaste. Por ti estoy aquí. Vengo a llevarte a casa.

–¿Ca… casa?– Preguntaba el pequeño.Sandibel notó que no intentaba escapar.

–Déjame ayudarte con esto– En el momento en que ella tocó las cadenas estas parecieron cobrar vida y apresaron al pequeño, que no expreso dolor alguno a pesar de que parecía que lo lastimaban.

–No.

–¿No?– Preguntó al niño, mientras retrocedía, presa de un sentimiento de pánico que no había sentido antes. Las cadenas comenzaron a bajar al pequeño, sin dejar de apresarlo, como si fueran parte de él, no una forma de castigo.

–No. Aquí vivo y soy feliz. Aquí me encerraron para evitar que siga cometiendo tonterías.

–¿Cuáles tonterías?– Dijo ella –No comprendo por que tendrías que estar encadenado siquiera. Eres sólo un niño…

–El mundo no es para mí. No ha hecho más que lastimarme. Por eso platicamos él y yo y yo decidí quedarme aquí.

–Pero… eres solo un niño. ¿No quieres ver como es el mundo? ¿Amar?– al nombrar esa palabra la cueva tembló, como si comenzara a desmoronarse. Terribles aullidos salieron entonces de algunas de las estatuas y estas parecieron, por un momento, tomar vida propia.
El niño solo estaba allí, parado, sin moverse, con varias decenas de cadenas adheridas a su cuerpo. En las paredes tras de él comenzaron a proyectarse imágenes. Sandibel sólo podía deducir que eran del pasado del niño, que a la vez era su futuro: recuerdos del joven que ella había olvidado hacia tanto tiempo. ¿Porqué sufría tanto? ¿Qué lo atormentaba?
Ella comenzó entonces a observar parte de la vida que había quedado plasmada en esos pequeños. Pero este, el que estaba frente a ella, era el que estaba sufriendo y sin embargo, prefería permanecer así. El otro niño parecía satisfecho con lo que estaba haciendo. Y en este paisaje tan desolado, coexistiendo ambos, podía decirse que su simbiosis era perfecta, y la parte mala era la que gobernaba el corazón de este chico. Vio todo: las torturas de niño, las culpas echadas a cuestas, la gran cruz que tenía que cargar por eventos en los que él no tenía injerencia. La idea de no vivir tatuada ahora en su frente, como si de un mantra se tratara. Las precoces avanzadas de un pequeño niño que no comprendía al mundo y que sólo se sentía atacado por él. Y la vio entonces detrás de él, en algunas de las imágenes. Esa sombra con cuatro brazos que gentilmente le susurraba cosas al oído, diciendo que todo estaría bien si ella plantaba la semilla en él. Y con ese toque oscuro, en la primigenia sopa de su tierna mente, vio nacer a su otro yo, tan temprana edad planteada, con las características que ella ya había observado, inamovible. Silente. terrible. Y eterno.
Las cadenas comenzaron a moverse de nuevo. Las imágenes poco a poco comenzaron a desaparecer. De nuevo el pequeño era colocado por encima del suelo, esta vez en una dirección distinta. Y él solo se dejaba. Sandibel incluso se diría a si mismo que estaba sonriendo, como si cada cadena fuera un brazo protector, una extensión del amor que necesitaba y, sin embargo, que tanto anhelaría en algún momento de su vida. Y solo se dejaba alentar por el abrazo de la kāla. De la última realidad.
Cuando dejó de temblar y la caverna había adoptado su solemne marcha espectral de coros y cantos lúgubres, el niño volvió a despertar de su letargo y se dirigió a donde se encontraba Sandibel, testigo de aquella danza sin sentido.

–Somos hoy. Antes y después. Y esta es nuestra vida plena. No necesitamos salir de aquí. Aquí somos felices. Solo queríamos que comprendieras. Que vieras esto que a nadie habíamos mostrado. Como un regalo– Ahora estaba calmado –y que des tu palabra de que nadie más sabrá–

–Lo prometo– dijo ella con un tono diferente. Decidido. En segundos tomó también su decisión –Pero aunque me vaya de aquí, aunque me corras, puede que vuelva si yo quiero. Por ti.

–Para eso tendría que entregarte nuestro hogar. No puedo. No depende de mi.

–¡Claro que depende de ti y también de él!– Dijo tiernamente Sandibel, quizá para no asustarlo más – Solo que tengo que encontrar la forma. ¿Verdad? Solo tengo que hallar la solución para que puedan vivir juntos, cada quien en su zona sin lastimarse.

–Pero no puedo– volvió a insistir el, bajando lentamente la cabeza, como si la pesadumbre se apoderará de su cabeza –Para ello tendríamos que pagar un precio muy alto. Y yo no quiero que él muera. Me ha protegido siempre. Es mi hermano…

–¡Ninguno tiene que morir para ser libres de su prisión!

–Claro que si. no lo entiendes. Yo tal vez podría vivir, si así lo he hecho tanto tiempo no creo que haya problema. Pero él… –Volteo hacia su derecha, como si supiera exactamente en donde estaba situado su gemelo– él ya ha salido pero prefiere estar aquí por el momento. Dice que si sale definitivamente acabará con todo. Y yo no quiero que pase eso. Dice que si acaba con todo el se quitará la vida. Que acompañara a Moi. Lo extrañamos tanto.

–¿Quien es Moi?– dijo con sorpresa Sandibel. No había escuchado de él hasta ahora.

–Nuestro amigo. El aliento primero. El único. El que se fue primero. Dice él que es nuestro destino seguirle si desatamos nuestras dos caras afuera.


–Asi es– Sandibel dio un salto de susto. ¡Había una cuarta persona allí con ellos! Al voltear, un joven estaba allí, a unos metros, sentado en una pequeña formación rocosa….

1 comentario:

  1. Gracias por dejarme entrar y sentir entre líneas ese mundo, susto y asombro quiero seguir el recorrido

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