jueves, 21 de abril de 2016

Vacilaciones de un corazón negado a sentir (Conclusión)...

Sandibel tomó al pequeño que llevaba consigo entre sus brazos. Las cadenas le pesaban mucho, pero no quería que él muriera allí. Si alguien lo lastimaría, sería ella, y eso, por ser tan terco, tan testarudo.
La parte gris de él comenzó a ignorarlos entonces y enfocó toda su atención en su propio ángel protector. Tomó aire y desde la distancia dio un terrible grito, como una onda que quería dañarla a toda costa…

–¡¡¡¡¡¡BASTAAAAAAAAAA!!!!!!

El grito aceleró el proceso de destrucción de la montaña. Sandibel corría todo lo que podía con el niño en brazos a través de aquel túnel que recorriera al entrar; era la única forma, con la ventaja de estar bien iluminado y permitirle avanzar rápido. Dentro de la cueva, la batalla era sin piedad. Moises no podía abatir el ataque de luz dirigido a él y Rafaela soportaba el grito de odio revelado por la mitad maligna de su pequeño amo.
Fue entonces cuando ella se dirigió a él con las únicas palabras que él entendía de ella…

–Sabes que no puede terminar así esto, querido– El pequeño noto en su voz la tristeza y el amor que ella le profesaba desde aquel instante en que, siendo adolescente, en el mundo real, entrara por primera vez a sus sueños y durmiera con él para demostrarle cuanto lo amaba y para decirle que siempre estaría allí para él, en la forma que él quisiera.

–¡Déjame en paz. Quiero salir de aquí. Destrúyelo a él!– grito el niño, señalando al cuerpo que iba con Sandibel a la distancia.

–Sabes que no puedo. Él es lo único que te mantiene cuerdo– la voz de Rafaela, un bálsamo de paz para quien pudiera escucharla, sonaba terrible en los oídos de este niño, violento, agresivo.

–¡Déjame en paz, por favor! ¿Por que no me dejas mostrarle al mundo lo que me hizo?

–Por que te amo. Y no quiero que te dañes tu solo… Solo quiero amarte.

Sandibel escucho eso y volteo enternecida. Ese ser angelical demostraba un amor desmedido por su creador. Y al voltear, por fin la vio radiante, hermosa. A través de tanta luz que emanaba, pudo verla físicamente. Parecía una joven de apenas unos veinticinco años, cabello largo, lacio, aunque por la luz no podía dilucidar el color de su cabello. Un verdadero ángel, llena de divinidad. Una dicotomía, celosa de su amo, amorosa con él, agreste con los demás. Y desde donde estaba parada, libre de daños, pudo observar el desenlace de aquella batalla…

Mientras Rafaela volteaba a charlar con su pequeño amor, Moises se vio liberado un instante de aquel haz de luz que lo aprisionaba y en un salto imposible, se dirigió, lleno de furia, hacia aquella criatura celestial. Al ver esto y sin pensarlo, Con otro salto imposible el pequeño niño del pantano, aquel al que le decían “lado Hyde”, se abalanzó en contra de su único amigo y antes de que este pudiera golpear a la desprevenida ángel, los dos chocaron. La onda de este choque termino por cimbrar el mundo donde estaban y destruyo por completo aquella montaña, de donde Sandibel y el otro niño habían salido ya. Cayeron al piso en un movimiento seco, carente de sonido, tal vez por lo lejano. Rafaela, volviendo de inmediato la atención a su hermano, voló al cráter donde ambos habían caído. Queriendo avanzar dentro del cráter para sacar a aquel pequeño que la salvara, se detuvo, como sabiendo lo que venía y esperando el resultado de los minutos.

Sandibel, que hasta ese momento observaba todo desde muy lejos, se vio sometida, de pronto, a una visión de unos cuantos metros de distancia del evento pasado…

–No temas– era la voz de ella, de Rafaela– Verás a través de mis ojos lo que pasé en los próximos minutos. Y gracias. No fue mi intención asustarte antes. A veces soy muy sobreprotectora con él, pero si te permitió ver y saber tanto… es por algo. Aunque, no te equivoques. Fuiste tú la que comenzó el movimiento de los planos que conforman los dos reinos donde vivimos Moises y yo, no él. Comenzaste algo que debes terminar…

Ya no pudo seguir hablando. De entre los escombros surgió la figura de Moises, solo sucio por el polvo, pero entero. Entonces, de un golpe, enterró su mano izquierda sobre el piso de escombros y con un movimiento lento saco de entre ellos al pequeño, que yacía inconsciente. Lo tomó entre sus brazos y camino hacia Rafaela. Sandibel era solo una testigo, con el otro pequeño en brazos, y a una distancia segura.

–Él esta bien– dijo Moises a Rafaela.

–Lo sé. No serías capaz de lastimar a tu amigo.

–Que bien me conoces, Ángel de la consciencia, curadora de Dios– Sonrío Moises y Sandibel pudo conocer, por primera vez, la sonrisa que conquistara a las dos partes que provocaron todo esto –Así es, no lo lastimaría, me encanta estar con él, al igual que su presencia me es necesaria como la mía a él. Somos amigos.

–¿Que sigue entonces, desean saber?– No comprendí la frase pero intuí que la estaba haciendo en nombre mío, aunque ella sabia perfectamente la respuesta.

–Bueno– acuso el joven suicida– él seguirá su camino. Esta demasiado comprometido en ello y es tan terco que no parara hasta autodestruirse, porque es la única meta que tiene en la cabeza. Pero nunca se sabe. Quizá alguien que desee luchar a su lado, logré sacarlo de la oscuridad en la que él quiere entrar –guiñó un ojo y volvió a sonreír –me dio gusto verte de nuevo, hermana. A ver que día nos echamos una cerveza y charlamos, ¿no?

–Sabes que aquí no se puede tomar, Moises

–Pura cháchara, querida… pura cháchara. Hasta luego

Moises comenzó a caminar, desvaneciéndose poco a poco, con aquel pequeño durmiendo, inconsciente, en sus brazos. Rafaela entonces voló hacia donde me encontraba y extendió los brazos para cargar al infante encadenado. Soplando suavemente, hizo polvo todas aquellas cadenas que lo cubrían, dejando ver a un niño con unos pantalones cortos con tirantes, cabello negro lacio y apacible como un niño pequeño puede serlo. Pero ahora era diferente: su semblante ya no irradiaba una tristeza absoluta. Ciertamente lo seguía siendo, pero ya no abatía esa tristeza, al sentirla…

–Estará bien– Hablo por fin Rafaela después de verlo y, como una madre cariñosa, sonrió en presencia de su, allí, joven amo –Solo necesita descansar un poco.

–¿Estará bien?– Preguntó Sandibel

–No. Nunca lo estará. Siempre estará el dolor de haber perdido a Moises. El peso de todo lo malo que ha hecho y de toda la gente que lo ha lastimado y traicionado. Pero puede aminorarse y, ¿Por qué no? tal vez algún día alguien lo saque de este letargo. Y tal vez, solo tal vez– una lágrima rodó por la mejilla de un ser que solo irradiaba amor –Esa persona estará, no en una habitación, sino en la sala principal del Palacio: será de ella. Entonces, yo ya no haré falta. Hasta pronto.

Rafaela batió sus inmensas alas de cien ojos y comenzó el vuelo. Cuando estuvo unos cuantos metros alejada, volvió a ver a Sandibel.

–Por cierto, ya puedes volar de nuevo. Mientras esté dormido no podrá retenerte. Sigue en tu paseo y divierte mucho, eso a él le gustaría…


Y mientras ella se alejaba velozmente hacia el Palacio de la Memoria, para despertarlo y que siguiera construyendo con ella tantos recuerdos que faltaban, Sandibel inclino la cabeza, pensó en todo lo que aprendió de él durante este tiempo. Sonrió y siguió su camino. Pronto regresaría por aquello, que tal vez, ya era suyo por derecho…

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