domingo, 10 de abril de 2011

oda a Mariana...(I)

Mi corazón se siente tan solo sin ella, como hacía mucho no se sentía. Como el invierno en una estación del metro en horas pico. Como un poema hecho para un chimpancé rascándose la espalda. Como mi corazón llorando inconsolable. Como un buen abrazo de un hermano, de un amigo. Como los meses retrocediendo paulatinamente hasta llegar al cero absoluto. Como mi amor de juventud. Como de delirio de anciano. Como extrañarte tanto sin desear verte jamás. Como la sensación de que alguien te persigue, antes de darte cuenta de que solo se trata de tu sombra.
Enciendo un cigarrillo y dejo que el humo forme escenas de mi pasado, mientras la sensación de nauseas se mantiene en mí. El frío comienza a molestarme un poco, pero prefiero ignorarlo por completo, a sabiendas de que terminará por consumirme por completo, mientras la cruda física hace su trabajo por la noche en vela contando deliciosas historias de placer y tortura.
Saco el libro maltratado de mi bolsillo: una edición viejísima de las meditaciones de Marco Aurelio y comienzo a releer partes que había marcado con un lápiz ya desgastado. Algunas de ellas me recuerdan algunas etapas de mi vida; otras, un pasado que me corroe y me corrompe mientras me recuerda lo débil que soy. Intento hilvanar pensamientos sueltos, pero solo consigo mezclarlos aún más, confundiéndome en el proceso.
Comienzo a temblar, trémulo, mientras pienso que no se trata esta vez del frío. Es la sensación que me agobia, taladrándome constantemente. Vuelven tus imágenes a mí, mientras intento deleitarme, trazando lentamente en mi cabeza las líneas que conforman tu rostro, mientras deliro tremendamente, con un placer que cada vez bombea mis sentimientos y me producen algo parecido al placer mezclado con el terror. De verte, de sentirte a través de mí; cálidos sonidos de tambores africanos que van aumentando lentamente junto a coros profanos, hasta formar en un solo tono tu nombre… solo tu nombre.
Intento formar en mi memoria el acceso secreto a mi Palacio de la Memoria, pero aparecen imágenes sin sentido, formando tras del humo la claridad fehaciente de mis intenciones, pero solo enloquecen en un torbellino desgastante de recuerdos pululantes; de mariposas sangrantes y monos arrevesados, al par que mi memoria se detiene y reinicia su marcha triunfal sobre el caos reinante. Los perros de ataque que salieron de la nada atacan varios recuerdos; no sé porque están allí, pero juntos entonamos un baile cacofónico de macabros deleites, cuando yo también comienzo el ataque, lleno de ira. Despedazamos gente, lugares, eventos, hasta que desaparecen entre las raíces del árbol de la vida que comienza a crecer lentamente al absorber esos recuerdos despedazados, volviéndose oscuro cada vez más. Entonces comienzo a atacarlo también a él. Esos recuerdos son míos… ¡míos! Y nadie los merece, más que yo.
Ahora, mientras cae en pedazos la estructura mental que lo socava, me pregunto si es lo correcto seguir así, y me preparo a lanzarme al abismo donde cae todo lo profano, listo a seguir en el segundo círculo mi pelea por todo lo que amo…

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