miércoles, 12 de septiembre de 2012

Cuatro

—No te muevas. Solo quedate quieto. Ya no puedes hacer nada por salvarte a ti o a tus amigos—
Kakaroto no podía dar crédito a que alguien le dijera eso. Sin embargo, ya no tenía muchas fuerzas para pelear con él. El titánico enloquecido que estaba en el aire, mientras que él, un Saijan de cepa pura, permanecía en el piso abatido, destrozado. Habia apenas echado un vistazo y, asegurandose de que Kuririn, Yamcha y demás amigos estaban con vida, aunque desmayados, él mismo cayo al suelo.
—Jamás— dijo con la voz entrecortada. —Mientras… mientras esté con vida tú no ganaras…—
—¿Eso crees, pequeño?— Dijo el gigante de unos dos metros y medio, según un cálculo de Ten — Nadie puede detenerme a estas alturas. Yo soy invencible….—
Un disparo de impacto no lo dejo terminar su dialogo. Desde el cielo, en un punto superior a él, Majunia lanzaba un ataque simultáneo, junto con el orgulloso Vegeta. Los impactos daban directamente al coloso, que utilizaba sus brazos para cubrirse lo mejor que pudiera, sin lograrlo. La cantidad de ondas de energía era tal, que el humo de cada estallido pronto cubrió el cuerpo de aquella bestia infame. Aquel ser que descubrieran originalmente como un joven robando comida y que, al intentar detenerlo, sufriera una salvaje transformación en este monstruo. Poco a poco se habían ido reuniendo los guerreros comandados por aquel alienigena al que llamaban kakaroto. Y todos habían ido cayendo uno a uno, hasta que la batalla final, en momentos eterna, culmino con la casi derrota del Saiyan. Parecia que el vigor del monstruo se renovaba a cada momento, mientras que las energías abandonaban a todos los demás, pero en realidad era una ilusión: era el coraje, la ira contenida que estallaba sin control, lo que hacia peligroso realmente a esta bestia. Y su voluntad, indomable, chocaba como un objeto imparable, contra todo aquello que le bloqueara el paso.
—¡Maldito fenómeno! Aguanta todo lo que le mandamos— El príncipe de la raza Saijan sentía hervir su corazón con la firme idea de prevalecer. Como siempre, el paso del tiempo no templaba su carácter y ahora, ante la idea de volver a morir, vibraba toda su voluntad y energía.
—No malgastes toda tu energía en un solo ataque desenfrenado, Vegeta —Como siempre, Majunia pensaba con la cabeza fría–. Acatemos el plan que trazamos o todo se perderá… No nos enfrentamos a un enemigo normal… Tenemos que…
No pudo terminar la frase. Sus ojos se abrieron, desorbitados, ante el espectáculo que estaba comenzando a presenciar… Aquella criatura… aquel monstruo que ellos mismos despertaran en un ataque de soberbia, estaba, de alguna manera, absorbiendo el calor, la energía en forma de bolas o rayos.
—¡Detente Vegeta!— No le estamos haciendo daño
—¿De qué hablas sabandija— Si no se ha movido de allí… la batalla te esta…
—Observalo bien Vegeta— Majunia señalo al ente, cuando ya el humo se disipaba. Vegeta abrió los ojos sorprendido de que el monstruo no solamente estuviera sin daños observables, sino que se encontraba de pie, un poco aturdido, pero probablemente listo para entrar en acción. —Mientras no estemos seguros de que lo que le enviamos no lo fortalezca, sugiero que suspendamos el ataque. Vegeta cerró los puños, furioso.
—Espero que tengas la razón Nameikousaijin. La vida de todos depende de esto— Dicho esto, bajaron lentamente hasta posarse en tierra. El coloso no se movía. Sólo los miraba, quizá esperando una nueva oleada. Majunia se acerco lentamente a Kakaroto, mientras Vegeta adoptaba su natural posición de curar los brazos. Sin embargo, estaba completamente alerta ante la posibilidad de que el monstruo atacara. Aunque… ahora Vegeta se daba cuenta de que en realidad la criatura solo los había vencido en defensa propia. Nunca los había atacado por iniciativa, así que tendrían oportunidad de reagruparse mientras no lo atacaran.
—¿Cómo estas Goku?— Majunia levantaba al maltrecho Saiyan.
—Esto… esto no es posible Piccolo… —Kakaroto observaba atónito, pero con una gran sonrisa en el rostro. Lo estaba disfrutando. Tantos años habían pasado ya sin que existiera amenaza alguna a la tierra, que esta pelea le ofrecía un alivio al aburrimiento.— Aguanto una genki-dhama sin daño alguno…
—¡Eres un estúpido Kakkarottoh!— Vegeta gritaba estupefacto ante la reacción soez de su paisano — Si no lo hubieras estado molestando con que peleara contigo, no estaríamos en esta situación
—¿No me digas que tú no querías pelear también Vegeta?
—¡Claro que si Zoquete! ¡Pero ahora tengo una familia que cuidar y no voy a arriesgarlos por tus estupideces! ¡Tienes que encontrar la forma de matar a este engendro!
—No lo conseguirán pequeños humanos… —La voz cavernosa del monstruo sonaba por primera vez desde que le pidiera, con su voz normal a Kakkarottoh, que se detuviera, que lo dejara en paz, que no le gustaba pelear y se viera obligado, por la presión y la ira, a transformarse en esto—. No hay forma de matarme. No una que yo conozca. Porque yo no soy humano solamente. Soy la mezcla perfecta de todas las razas… ¡Soy el destructor perfecto! Vean lo que provocaron… ahora no me detendré hasta que el último de ustedes perezca en la pira incandescente de mi furia… aunque, tengo curiosidad… como es que sus amigos no aguantaron nada en contra mía— Señalo a lo lejos a Kru-ri-rin, a Ten Chian Haann y Shamcha, tirados en el piso e inconscientes. — y ustedes han soportado parte de mi ataque…
—Fácil, amigo— a una señal de Gro-ku, Majjunia se alejo y Vegeta y Kakkarottoh quedaron flanqueando al titán enloquecido— Es que nosotros tampoco somos humanos. Ni siquiera somos de este planeta…
El suelo comenzó a estremecerse. El niño monstruo nunca había sentido algo así, pero su vista se desencajo de la sorpresa cuando vio enfrente de él lo que estaba aconteciendo… los otrora humanoides ahora eran rodeados por una especie de aura que originaba una corriente de aire hacia el cielo. La energía desprendida de este acto era la que hacía temblar la tierra. Pero también sentía el calor. La energía liberada por este solo acto. Entonces, el cabello de los dos hombres comenzó a cambiar a un dorado incandescente que les levanto aún más el revoltijo de cabello que traían, hasta dejárselos como si se hubieran echado gel o algo así. Pero la mirada de los dos… en ella estaba el verdadero cambio. Ya no eran humanos. Eso lo sabía perfectamente la bestia porque era la misma mirada que él tenía cuando estaba en este estado de transformación. Cualquier cosa que estuvieran haciendo, los había transformado por completo y ahora pareciera que estaban de su nivel.
—Somos del planeta Ve-githah. Yo soy Vegeta, príncipe de los Saiyan y él es Kakkarottoh. Y ahora estamos en un estado que los demás llaman Super-Saiyan. En este estado, somos como Dioses.— Haciendo un gesto con la mano, Vegeta señalo a un punto en el horizonte — te sugiero que te vayas de inmediato y abandones la pelea. No sabes de lo que somos capaces…
—Ustedes no tienen idea, niños. Y es que si ustedes son como dioses, no tienen nada que hacer en mi contra. Porque yo… yo si soy un Dios…

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