viernes, 24 de agosto de 2018

La lejanía del espíritu... El llamado del corazón...

El gigantesco portón de entrada se fue abriendo lentamente, estremeciendo con la luz entrante aquella vieja oscuridad. Rafaela ya tenía mucho tiempo sin venir, ensimismada en las tareas sin sentido que su amo le había encomendado durante tanto tiempo. Aspiró el olor a pasto viejo, las raíces corroídas, los árboles y arbustos que antes tuvieran tanta vida ahora yacían en formas bizarras y retadoras le invitaban a cruzar por esos caminos antes llenos de tanta vida.
Detrás de ella aquella viajera incansable se encontraba caminando bajo su protección. Sandibel estaba en casa de nuevo. Habían mandado por ella y el ángel terribe había cumplido su labor sin decirle exactamente a que se le hacía llamado. Pero sabía que era algo importante por el semblante de la Alada compañera.

—Ya falta poco— contestó por fin la mujer ángel. —No te desesperes. Pronto lo verás de nuevo—

— ¿A quién veré ahora, a cuál enfrentaré— Dijo tímidamente Sandibel, esperando una respuesta pronta y directa. Sin embargo, el semblante de Rafaela le decía que no tendría una respuesta rápida sino hasta que estuviera frente a la razón del porque había sido llamada.

—Hace mucho quedaron encerrados aquí Moi y él más beligerante de los dos — inquirió en voz alta el ángel guardián de aquel lugar—. Ahora tengo que hallarlos. Sólo espero no haya hecho ninguna diablura en mi ausencia. Hombres…

Siguieron caminando por entre aquel bosque de onduladas y retorcidas figuras. Cada paso le parecía más complicado que el anterior a ambas. Pero la luz que emanaba de las alas con mil ojos le daba cierta seguridad a Sandibel. Nada ni nadie se acercaría de sorpresa con tanta luz emanando a su alrededor. Y la aprensión resultado de volver a verlos le daba mucho ánimos. Aquellos niños volverían a ver a su dueña. Y ella les brindaría el amor que siempre guardaba para ellos.
Así vadearon aquellos obstáculos hasta que por fin llegaron a un claro conocido. Aquella zona tan cerca del lado, por entre los caminos de piedra y la orilla del lago, donde podía verse ya derruida aquella gigantesca formación de conchas que en algún tiempo fueron, sobre aquel islote, el origen de la música que ahora no existía y que llenaba todo el lugar de una paz asequible.
Allí estuvo alguna vez, sentada en una de las bancas de piedra que adornaban el lugar. Allí platicó tanto con él en su forma original. Allí aprendió tanto de él. Allí lo entendió cuando él, en un arrebato de locura por fin se abrió al mundo y el resultado lo dejo dividido para siempre. Su lado H y su lado J, como el tan amorosamente los llamó antes de perderse en la neblina que les daría origen por toda una eternidad.


—Tantos recuerdos— musito con infinita melancolía. Y una sonrisa asomo por fin…

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