domingo, 11 de noviembre de 2012

Obertura...


Mientras el humo se desvanecía lentamente, la figura desnuda se levantaba. De 1.64 metros de estatura, el fornido hombrecillo tenía pinta muy recia, pero confundido por no saber cómo había llegado aquí ni quien era aquella voz que le hablaba, solo atinaba a permanecer provocador, arrogante. Aunque estaba asustado, era un soldado y su rey no andaría lejos de él.
—Ya te dije que no te muevas, joven soldado. —La voz hablaba un perfecto persa antiguo—No tienes idea de en donde te encuentras o que propósito cumplirás aquí, pero será glorioso para ti y los otros que han sido “robados” de sus lugares de origen.
— ¿Quién eres? Osas despertar la furia de los Anusiya, trayéndome a un lugar que no es junto a mi familia? ¿Acaso sabes bien que tu sentencia de muerte es lo que has ganado en cuanto te encuentren?
—Calma, guerrero. No sabes en donde te encuentras o si puedes morir. Pero no te preocupes. Estas entre amigos. Solo queremos hacerte un ofrecimiento. Tendrás un tiempo para pensarlo aunque no podrás salir de aquí. Si aceptas el regalo, la gloria cubrirá a tus ancestros y a ti. Si no aceptas, simplemente serás devuelto a donde perteneces.
El orgulloso mercenario ya no entendía de razones. Había comenzado a buscar, entre la oscuridad, presa del terror, una salida. La luz que iluminaba el centro del cuarto ya había dejado de provocarle tranquilidad, en cuanto se dio cuenta de que no era natural. ¡No había un hueco en el techo! Los dioses le estaban jugando una broma… o era todo obra de Ahrimán. Seguramente  Zahhak le estaba tendiendo una trampa y estaba en alguna especie de purgatorio, aunque no se imaginaba por qué: era buen esposo y ferviente soldado. En todo caso buscaba a tientas, hasta que comprendió que no había escapatoria. Entonces comenzó a gritar. La voz había callado. Tal vez el demonio que le estaba haciendo esto se estaba divirtiendo a sus costillas, así que intento tranquilizarse. No le daría ese gusto. El, por años, había sido un Anusiya muy orgulloso de su linaje y su rey estaría orgulloso de él.
     Tranquilo soldado. Te están hablando con la verdad— Había alguien más con él. ¿Qué clase de magia era esta? — Solo relájate. Creo que yo puedo explicártelo todo, si te tranquilizas y me das tu palabra de que no harás ningún intento de escapar. Cumplirán su palabra de liberarte si no aceptas la oferta. Y creo que, siendo el más indicado, pedí hablar personalmente contigo.
De las sombras emergió. Entonces aquel guerrero pudo ver claramente, por medio del sol mágico, en medio del lugar, a quien le hablaba de esa forma. Y lo reconoció. Era él. Traía la armadura que lo caracterizaba, metalica con bordeados de cuero. Aunque notaba que, a diferencia de los colores tradicionales griegos, esta armadura era de color negro. Desde las grebas y las sandalias. La falda de tiras sueltas era de un cuero negro demasiado intenso. El peto y el espaldar también negros, magnificaban la tez blanca del hombre parado frente a él. Pero el escudo, único en su tipo, hecho sólo para el hijo de la Diosa por Vulcano, confirmo sus pensamientos. De inmediato se inclinó para rendir respeto a aquel de los pies ligeros del que se hablaba tanto en las leyendas de su pueblo, el guerrero más poderoso, Ἀχιλλεύς Αἰακίδης.
—Veo que me reconoces, temible Athanatoi. Entonces sabrás que mis palabras son verdad. Ven, hablemos y verás la sabia decisión de mis palabras y estoy seguro de que llegaremos a un acuerdo. ¿Cómo te llamas?
     Megistias, hijo de Alfeocenis, lomarka de la campaña de Corintos.
     Bien. Conversemos, joven guerrero…

Apenas se oían los susurros entre las sombras del lugar. Quien fuera que estuviese en esa especie de interrogatorio sabía que allí, en plena oscuridad, dos hombres fuera de serie estaban hablando en un idioma que solo ellos comprendían: el de la guerra. Pero sobre todas las cosas, sabían que esto era el inicio de algo grande.
Y así lo instaban los once hombres dentro del salón de sonidos. Este escaparate en la parte superior de la zona de interrogatorios, cubiertos por un vidrio especial que se camuflajeaba para confundirse entre las sombras del gran salón que era el ojo del huracán en esos momentos, era no solamente un sitio para poder realizar este tipo de prácticas. No… iba más allá de eso. El círculo de color gris en el piso era solo la parte visible de una gigantesca maquinaria que hacía realidad lo que muchos hombres habían deseado, buscado y soñado en estos últimos dos mil años. Ellos eran los dueños de esto, y con ello cumplirían los deseos de aquel que estaba muy por encima de ellos. La divinidad a la que respondían les había dado una maldición y estaban dispuestos a sacrificarlo todo en pos de cumplir su mandato, de la forma más sangrienta posible.
—Lebeo… todo va de acuerdo a la minuta. ¿Qué otra cosa sugieres al respecto? — Mateo, el hombre sentado, fruncía el ceño mientras cruzaba la pierna izquierda en dirección contraria a la del señalado. Lebeo, quien estaba dándoles la espalda viendo hacia abajo, como si supiera donde se encontraban aquellas personas, en la Sala Celestial, no se movio mientras les respondía.
—Calma tus ansias Mateo. — volteo ahora a confrontarse con su acusador. Los demás hombres situados en el cuarto solo observaban. —Pronto tendremos listos a estos hombres. Entonces podremos iniciar la deliberación. Hemos vivido lo suficiente para saber que este es el camino, no entiendo por qué te molesta tanto…
—Me molesta porque ya ha pasado tiempo y apenas estamos vislumbrando la naturaleza de nuestros actos. Me molesta que no hemos emprendido las acciones necesarias para iniciar las deliberaciones de Malaquías. Me molesta que…
—Silencio—Simón rompía el dialogo, siempre serio. Hacía mucho que su barba desaparecía, pero el grueso de sus cejas era su sello inconfundible—.  Ha sonado la alarma. Akilleus ya ha terminado su labor. Ábranle la puerta, quiero que Megistias nos conozca….

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