miércoles, 1 de enero de 2014

Días sin Asueto (I)...


CAPITULO UNO: EL ARRASAR DEL TRUENO

 

 

Ya era de noche y caminaba solo, sin más rumbo fijo que el que le permitían los pies a Francisco, cuando, pensando en los sentimientos que le aquejaban terriblemente —como si una profunda aguja perforara su corazón despiadadamente, que de ninguna otra forma hubiera muerto tan desolado—, que no observo la luz que surgía aproximadamente a diez metros de él. El cruce de la calle había sido el lugar propicio para el nacimiento de aquella vorágine luminosa, cuyo tamaño se acrecentó en unos cuantos segundos, de modo que en algún momento no pudo ver absolutamente nada a sus alrededor, pues había volteado hacia la luz pensando en algún carro que fuera a atropellarle, y buscando inmediatamente salida o escape alguno a la situación fue  sorprendido por la mancha de luz.

Sin salir de su asombro inicial, se levanto más allá del suelo, controlado por una mano cuya fuerza parecía ser lo suficientemente terrible como para levantar aquella masa regordeta y pesada con extrema facilidad, haciéndole ver al joven que no tendría oportunidad alguna con asaltantes de ese calibre. Hacía apenas un año había sobrevivido a las heridas producto de un asalto, cuya cordura pusieron en duda, y cuya psique traumaron durante mucho tiempo. – ¡Oh, Dios!, ahora si me van a matar- y pensaba mientras se mantenía suspendido en el aire, y se preguntaba en cierta manera, si es que el o ellos contaban con esa fuerza, ¿para qué el cegarlo primero? ¿Serían acaso sus enemigos, buscando no ser identificados, con el fin de provocarle el mayor daño posible? Ya antes había sucedido algo así, y aún cuando solo fue un ligero golpe, que un tipo celoso le había colocado de pronto, y sin fundamento real alguno, le dio a bien pensar en que la magnitud de sus aseveraciones tarde que temprano le llevaría a una situación como la que estaba viviendo.

Conforme la luz se apagaba, las sospechas de varios sujetos se hicieron realidad, por lo que juntó fuerzas de flaqueza, esperando en algún momento aturdir a su captor, y poder así escapar, o atrasar la golpiza, para que si alguien los observaba pudieran ayudarlo. Más sin embargo, conforme la extraña luz se desvanecía, daba forma a una especie de puerta. Al lado de ella, los sujetos que le miraban, pero de los que sólo veía sombras debido a lo aturdecedor de la luz, la flanqueaban y aquél hombretón que le había levantado se colocaba en un lugar propio, haciendo ver con ello que, quizá, le estaban diciendo con sus actos que entrara allí.

Así que entro. Más movido por el miedo que por una curiosidad real. ¿Qué le esperaba allá? ¿Lo matarían? —De cualquier forma estoy muerto si me quedo aquí con ellos— pensaba mientras caminaba, aturdido todavía. Hacia calor. Esos focos debían de ser intensos pero para la cantidad que seguramente estaban usando pensó que sentiría un infierno y aunque era muy cálido el asunto, no era ni para sentir algún tipo de dolor o alguna quemadura de cuidado: más bien era una calidez agradable.

No supo cuánto caminó. Entre hacerlo de forma pausada para no tropezarse con algo y la alerta de que en cualquier momento algún golpe, algún disparo, algo que pudiera dañarlo, le hacían estar lo más atento de su espacio personal. Por lo menos intentar defenderse una última vez. Él, un vendedor de drogas menor, estaba asustado. Pensaba que estaba allí, en ese lugar, ante esa luz cegadora, para morir. Pero en cuanto las luces comenzaron a hacerse más débiles y pudo hacerse de una débil idea de en qué terreno estaba pisando, comprendió que ya estaba dentro de algún edificio o nave industrial, a juzgar por el tamaño. Había personas allí con él, rodeándole. ¿Sus ejecutores? ¿Captores? ¿Por qué se estaban tomando tantas molestias por alguien que no había hecho nada sobresaliente en toda su vida? ¿Qué había hecho mal? Entonces lo vio. Allí, más al fondo, sentado en una especie de sillón. Parecía más un trono por la disposición y los hombres allí aglomerados en torno suyo. Un sencillo anciano con un traje. Viéndolo fijamente. Francisco bajo la mirada, solo para estremecerse con la primera voz que escuchaba en un largo rato. Si… el anciano le estaba hablando a él…

(Continuará)...

No hay comentarios:

Publicar un comentario