domingo, 27 de febrero de 2011

MONICA: CAPÍTULO TERCERO... LA CANDIDEZ DE LA MUERTE

¿Qué es la muerte, me pregunto mientras me tomo una taza de café, y unos cigarros ya pútridos, pues no hay nada más? Y cavilo en salvajes orgasmos, en sendos paisajes, como rostros y cuerpo de mujer. Me hundo una y otra vez en los senos de mi desesperanza. Recuerdo a mi maestro oscuro. Sonrío, lejano de aquello que me creo, y sin la gloria de volver a verlo, pero contento de haber encontrado sucesor a sus antiguas honras. ¿Qué es la muerte? El humo del cigarrillo prendido despierta mi libido, y sin mujer al lado para aprovecharla hago esfuerzos sobrehumanos para apagar la flamígera evocación de mis instintos. Doy un sorbo al líquido que me mantiene despierto, y vuelvo a soñar. Durante un instante breve, logro desconectarme a mis principios, y me doy vuelo con las cavilaciones más enfermas que pudiera enfrentar. Y sonrío. No tengo miedo de haber encontrado mi propia área gris. Al contrario, me siento tan lleno de meditaciones profundas, que el miedo se reduce a un cuestionamiento básico sobre si saldré de este infierno momentáneo, o si me dejaré llevar por la corriente, como un niño que se deja llevar por sus instintos, sin saber que la razón templará su conocimiento, y disminuirá esa parte de él que dormirá después, por siempre, hasta que llegue el momento en que el resucitado regrese a confesarnos.pienso mientras la fumada de ley se hace presente y me obliga a cerrar los ojos durante tres minutos- que no puede ni con su alma. Todo ha sido claro, pero siempre se ha visto nublado por la insaciable sed de conocimientos allegados a su terrible moralidad humana.
La taza de café ahora se ve tan lejana. La alcanzo, y me doy cuenta de que otra vez, en este sillón, estoy pensando pendejadas. Pobre loco de mierda
Miro por encima de la mezquindad. Soy un solo ser ahorita, y así me pienso quedar, maldita sea. Observo a los soldados asesinar sin piedad a unos niños, y me pudro en mi llanto, seguro de jamás poder salvarlos. Me siento vil, miserable cuál gusano que destruye la vida para poder a su vez vivir. Apago lo que queda del cigarrillo, doy otro sorbo a mi taza a medio llenar, y me levanto a tararear la vieja canción de mis recuerdos. Una y otra vez, regurgito las vanas glorias de mis encuentros con el pasado, y desecho fehacientemente las buenas, quedándome con el rencor… con el amplio espectro de acontecimientos que me hicieron llorar. Les hago una seña obscena con los dedos, mientras escupo proliferaciones tan salvajes de maldiciones egipcias, sirias, africanas, como loas que buscan entendimiento al barón dueño de los cruces y los cementerios. Sigo fervorosamente los eventos en mi cabeza, incierto de su duración, pero seguro de sus verdades.
Sin darme cuenta me quemo con el cigarro. No me importa. Veo la herida lacerante, y doy otra estocada salvaje a la costra sanguinolenta de mis deseos. Salpico de injusticia mis actos buenos, y los transformo en medio de un festín de tripas y sesos, en maldad pura. Veo mi espejo, y mientras camino hacia él me doy cuenta de mi novedad de sentimientos. Ya no importa más. Ni siquiera ella podrá detenerme. Y cuando llego al frío aspecto de mi nuevo yo, la última lágrima de absurdo entendimiento escapa de mi cuerpo para no volver...

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