miércoles, 23 de febrero de 2011

Verónica

Soy una sombra al acecho de la mañana; me encanta pensarme de esa forma mientras permanezco erguido, tambaleante por el esfuerzo de no dormir durante la noche. Llevo dos días bajo agotador esfuerzo, pero bien valen la pena por verla de lejos. Aunque es la primera vez que la conozco he quedado prendado de ella como el pensamiento al alma. No puedo evitar pensar y he tratado de esforzarme en un intento vano por no dejar que la noche desaparezca, pero a sabiendas de que inexorablemente volverá la normalidad a mi vida, la tristeza, por primera vez en años azota mi alma consciente; el flujo de adrenalina en mi sangre se mezcla con la bilis de la furia naciente y la depresión de la melancolía, dando como resultado una mezcla que enciende y apaga mi mente de forma intermitente. La sensación, no desconocida, pero si enterrada hace una década, resurge furiosa, alimentada por la vanidad de la madrugada que se congela hasta el punto en que mi propio cuerpo transmite señales equivocadas a mi estomago, consciente de que esto no es tan bueno. Pero el sentimiento… el sentimiento. ¡Que bien se siente! Hacia tanto que no me sentía de esta forma. Renovado… completo.
Mientras me coloco parte de la ropa mi pensamiento vuelve a ella de manera tan inexorable que por un momento me cuesta trabajo pensar adecuadamente. Solo puedo regresar una y otra vez al momento clave de la noche anterior, cuando apareció a cuadro en tres cuartos, completa, plena. Y darme cuenta de que a ratos me veía me llenaba de gozo y de paranoia, a pesar de no saber nada de su condición… ¿cómo se llama? ¿Dónde vive? ¿es acaso una burla del destino tentándome con algo que jamás podré tener, para mantenerme con la motivación de la vida en aras de la esclavitud eterna? Porque gustoso pasaría una eternidad esclavizado con tal de volver a verla. De vencer mi timidez adquirida en años de dudosa vuelta al lodo primordial para poder esbozar una palabra siquiera en su presencia. De poder disfrutar, en algún momento, de su compañía.
Resuelvo los asuntos que en el día me competen y diezmo las atrocidades que en el camino empañan el desempeño de mis labores. Pero parte de mis sueños despiertos se dedican a esclarecer la visión de sus ojos, la forma de su cuerpo, su aroma. El sonido de su voz al saludar, entretenida con sus propias tareas. Volver a verla de lejos, sabiendo que no podré acercármele en mucho tiempo, por no saber ni tener remota idea de cómo hacer algo así.
Soy una sombra al acecho del mañana. Pero por primera vez en años, he tomado forma de hombre. De hombre libre. De amante despechado. De hijo; de Padre. Y me siento feliz por ello. Porque el gusto nace de la vista y se nutre del valor que uno le vaya dando al recuerdo. Al gusto. Al olfato. Y recordarla me da la fuerza que necesito día a día para vivir y sentirme pleno, a pesar de no saber nada de ella. De no conocerla. De saberme, tal vez, despreciado. De sentirme vivo, para ella y por ella. De ver pasar cada día en un mundo que se vuelve más y más interesante mientras la dulce candidez de su virtud camine por el y nos brinde el esplendor del sol en cada uno de sus actos, resolviendo cada disyuntiva con la delicadeza de su mirada y la infinita dulzura de su sonrisa…

1 comentario:

  1. Demasiado verbalizado al principio, yo no metería los sueños a un texto que desde el principio denota trabajo.
    Si esto ya lo dijiste al principio, cámbialo, hay miles de maneras de decirlo.

    Saludos,
    p.d. fue un placer juenrobe1951

    ResponderEliminar